Si tienen en su armario una camiseta del Manchester City de los 90 o, por ejemplo, una de la Juventus de la época de Platini: ¡no la tiren! Y si se les había pasado por la cabeza legarla a algún familiar adolescente o donarla a la beneficencia, desechen la idea, hagan lo propio con cualquier otra prenda.
Muchos pensarán que este obvio consejo se refiere al gran filón del coleccionismo deportivo en esta serie de artículos vintage. Y llevan razón, pero no la única. Si se fijan en el escudo que corona estos maillots, se darán cuenta de que en más que una zamarra distinguirán formas y colores caídos en el cementerio de los goles olvidados. Y por fin, se percatarán de que lo que tienen en el fondo de ese cajón no es un pedazo de tela, sino un auténtico tesoro.
¿Cómo se puede cambiar la identidad de una pasión? ¿Cómo modificar el símbolo que muchos han llevado más tiempo sobre su corazón? La respuesta está en el marketing. Una palabra tan fría que no podía caber en nuestra lengua. Y sin embargo, se ha hecho dueña y señora de cada uno de los rincones de este deporte que hace ya tiempo que es todo menos precisamente eso.
Como todos los objetos de deseo de masas, el fútbol lleva décadas sucumbiendo ante el potencial económico que supone tan magno negocio. De ahí que no importe qué se cambie en pos de la rentabilidad financiera: el nombre del estadio, la equipación o lo que nos ocupa en este artículo, el escudo de los equipos de fútbol.

La era del branding
Para ello, hay que situarse en el prisma de la globalización, que al igual que con los centros de las grandes ciudades y sus negocios copy-paste, también tiene su influjo en los clubes del balompié. Derechos televisivos para todo el mundo, camisetas que se venden por internet para cualquier latitud, fichajes que traspasan la frontera de lo racional… todo vale desde esta perspectiva.
Poco importa que el logo que te ha acompañado durante toda una vida se vea ultrajado por estudios de diseño gráfico. Porque ya no se trata del símbolo de una pasión, ahora es tu branding. Ya ven, otra palabra inglesa para despojar de sentimiento todo un emblema. Y parece ser, o al menos eso defienden los gurús de este zoco de las vanidades, los escudos de antes ya no valen. Que para que los chinos, que son los que ponen la pasta, se enganchen a nuestro fútbol, los blasones deben estar diseñados por equipos de visual design y parecer reclamos de marcas comerciales.

No obstante, en buena parte de los casos, las ínfulas de modernización corporativa han supuesto un rechazo frontal en la grada. Como sucedió en Barcelona, donde los socios se opusieron al cambio que proponía la Junta de Bartomeu. Y eso que sólo se trataba de estirar la figura y eliminar las siglas “F.C.B.”. Pero en el Camp Nou se reflejó que un cambio así no es una minucia, puede resultar una ofensa a una historia centenaria.
En otras ocasiones, el cambio se ha visto con buenos ojos y en ciertas otras, se han sucedido tantas permutas en tan poco tiempo que ya entra dentro de lo habitual. Por ello, y situándonos en este tercer paradigma, hemos de acudir a Francia, donde esta práctica ha alcanzado sus mayores cotas.
El caso francés
De hecho, simplemente con echar un vistazo a los veinte equipos que componen la Ligue 1, nos daremos cuenta que todos, ni uno más ni uno menos, han modificado su escudo en el reciente siglo o en años previos al cambio de centuria.
Quizás para entender este hecho, podemos aportar dos razones. Por un lado, la liga francesa es posiblemente la menos polarizada de las grandes competiciones europeas. Salvo las épocas doradas de Olympique de Marsella, con ayuda de las corruptelas, la de su homónimo lyonés con Juninho Pernambucano como adalid y más reciente la del PSG de los millones, no ha habido un claro dominador histórico del torneo. Por lo tanto, los dogmas son más débiles en clubes que han tenido que reinventarse constantemente. Una segunda hipótesis entronca con la idiosincracia del país de la moda. Y es que muchos emblemas reflejaban las diferentes tendencias cartelísticas coetáneas, lo que nos haría llevarnos las manos a la cabeza con algunos logos ya en desuso.
Aunque por supuesto, y como ya hemos apuntado, el poder del marketing en el fútbol moderno es el principal detonante. Tanto es así, que algunos estudiosos de la materia, quizás rizando el rizo, han achacado algunas de estas transformaciones a la llegada de las estrellas mundiales con el desembarco del jeque en el Parc des Princes.
Sí, apuntan que la llegada de jugadores como Neymar han provisto de mayor visibilidad internacional a los otrora insulsos partidos de la Ligue 1. Y claro, si van a ver hasta en Australia tu partido contra el PSG, qué menos que tener un escudo que mole. Y por supuesto, eliminar cualquier detalle que pueda generar confusión. Sin ir más lejos, esta fue la razón por la que se omitió la cuna imperial del nuevo emblema parisino ¿Para qué meter más elementos si lo que vende es París y su torre Eiffel?

Sin embargo no todas estas modernizaciones se han limitado a un lavado de cara como la del Paris Saint Germain, el Marsella u Olympique Lyonnais. En otras ocasiones cualquier parecido con la realidad pasada es mera casualidad. Esto ha generado aplausos como en el caso del Lille, que sin perder de la ecuación a su característico dogo, le ha dotado de mayor identidad encuadrándolo en un pentágono con reminiscencias a la ciudadela de Vauban.
Aunque también ha levantado ampollas en affaires como el del mítico Nantes, que ha tirado de minimalismo para sacrificar la tradicional goleta, la referencia a la heráldica local y hasta un balón de fútbol. Para autocomplacerse, los creadores del engendro indicaron que hoy en día todo se mira a través de la pantalla del móvil y, por ello, cuanto más simple, mejor.
Tampoco le debieron convencer mucho las justificaciones a los seguidores del Nimes Olympique cuando hace dos años, sus dirigentes decidieron masacrar su seña de identidad amparados en el 80 aniversario. Tal fue la oposición de los supporters de los cocodrilos que incluso sacaron un comunicado en protesta.
Al final, el esperpento apenas duró una temporada, siendo modificado por el que ahora ostenta el equipo de la Costa Azul. Pero no todos los cambios han seguido la línea de la modernización y el impacto visual. Ese contrapunto lo ha protagonizado el Toulouse. El club sureño ha tomado el camino a la inversa para abandonar hace sólo un año la simplicidad actual e integrar en su emblema el de la ciudad en la que radica. Un guiño a la historia que se agradece en estos tiempos.

Por lo tanto, cuando ese jugador no quiera besar el escudo de tu camiseta en la presentación, no te enfades. Quizás sea una premonición y el emblema tenga las horas contadas. Aunque como ya habrás constatado con el paso del tiempo, el amor hacia un equipo no se acaba ni con una camiseta a cuadros ni con un logotipo de líneas futuristas. El escudo es el que uno lleva grabado en el corazón. Y ese ni el marketing puede borrarlo.