Para muchos aficionados del fútbol su mayor alegría no la recuerdan en un estadio de 50.000 personas, ni viendo a su equipo levantar un gran trofeo. Para muchos apasionados de este deporte su “gran noche” no fue en Milán, ni París, ni Kiev…fue en Jerez, Huesca, Miranda de Ebro… Tras toda una temporada de sufrimiento llegó ese día en el que consiguieron ese ansiado ascenso. Un triunfo del cual la Europa balompédica no hablará pero que puede suponer la salvación económica del club o un empujón para comenzar una nueva etapa gloriosa de la entidad. El valor de un ascenso es incalculable.
El fútbol a veces duele, y mucho. Si eres seguidor de clubs históricos como el Hércules, Mallorca, Elche, Real Murcia, Compostela, Racing, Recreativo, Extremadura…verlo competir en estadios municipales donde apenas hay un graderío, y la asistencia, es paupérrima es doloroso. Además, para estas entidades sobrevivir con su enorme estructura y su continua presión por recuperar su categoría termina por ir en su contra y cada ascenso perdido puede ser un paso adelante para su desaparición.
Así se entiende, por ejemplo, el estallido de alegría que supuso para los granotas el ascenso del Levante en 2010. Entonces, el equipo comenzó aquel curso con apenas un par de futbolistas en su plantilla tras entrar en concurso de acreedores y con un futuro realmente oscuro. Nadie hubiese apostado nada por aquella plantilla pero Luis García Plaza y jugadores como Iborra y Juanlu consiguieron una hazaña inolvidable para cualquier granota. Y sus aficionados no olvidarán partidos como el disputado en el Cartagonova, ante un Cartagena con opciones de ascenso, que remontó su equipo de un 2-1 en contra a un 3-5 y que supuso todo un empujón casi definitivo para el ascenso. Un éxito que supuso todo un salvavidas para asumir las deudas que tenía el club.
Pero hay otros tipos de ascensos, menos dramáticos pero también vividos con una enorme ilusión. ¿Quién iba a pensar que una población de 28.000 habitantes iba a disfrutar de fútbol de Primera? Pues Eibar lo consiguió. Los armeros, con una extensa trayectoria en la Segunda (ya todo un éxito) hicieron realidad un sueño impensable hasta el momento. El 25 de mayo de 2016 ese ascenso les cambió la vida. Una victoria en casa frente al Alavés provocó el éxtasis en las gradas de Ipurúa. Pocos en el norte olvidarán en toda su vida aquel golazo de Jota Peleteiro en la segunda parte. Ese gol supuso matemáticamente su ascenso (con otros resultados que le favorecieron). Y aquel ascenso convirtió al equipo más pobre de Segunda a un club saneado compitiendo por estadios como el Bernabéu y Camp Nou con la cabeza bien alta.

“Si ganamos vamos a hacer historia, carajo”, dijo el capitán del Leganés Mantovani a sus compañeros del Leganés antes de jugar ante el Mirandés un duelo clave para el ascenso pepinero. Y lo lograron hace dos años, vencieron y su leyenda ya estará para siempre en la historia del fútbol español, y ¿quién no sabe ahora quiénes son los pepineros?
Hay formas y formas de conseguir el ascenso, se puede conseguir de forma holgada. Un ejemplo, la segunda temporada del Atlético en el infierno (2001-2002). Tras la enorme decepción de no conseguir el regreso a la élite el curso anterior, Don Luis Aragonés logró un ascenso obligado por la gigantesca historia colchonera. Fue en diferido, al empatar en el Calderon ante el Nástic, tuvo que esperar a que le favorecieran varios resultados al día siguiente para poder decir con alivio “Adiós al infierno”.
Otra forma de lograr el ascenso es sufriendo hasta el mayor de los límites imaginables. Por ejemplo, la última jornada de la liga 2014-2015 con un Girona que le valía ganar en casa frente al Lugo que ya nada se jugaba y un Sporting que debía vencer en el estadio del Real Betis. Y lo que nadie hubiese apostado pasó. Y más cuando en el minuto 88 de partido el Girona ganaba al Lugo. Pero aquel gol de los gallegos enmudeció Montilivi, con incluso un polémico gol anulado en el descuento, y transportó la alegría a Sevilla, donde los aficionados del Sporting celebraban lo imposible.
Y así han sucedido cientos de ascensos, y de no ascensos (siempre dolorosos). Estas próximas semanas miles de aficionados cogerán sus coches u organizarán autobuses para viajar allí donde esperan vivir “su gran noche”. Se pondrán su bufanda, aunque el termómetro marque más de 30 grados, para animar a sus jugadores allí donde se jueguen su futuro. Arrancan los playoff de cada categoría y cada ascenso tiene un valor incalculable. Recuerdo como una tarde fui a ver el ascenso del CD Benifaió (equipo de una población valenciana) hace más de una década, como se llenó la grada de bufandas rojiblancas para aupar a los chicos de mi pueblo para conseguir para nosotros una hazaña casi tan comparable como una Champions…casi.

El recuerdo de un ascenso
Yo tengo grabado en mi corazón futbolero un ascenso, el del Levante de Luis García Plaza. En la fotografía que ilustra la cabecera de este artículo aparece el gran Vicente Iborra, granota de nacimiento, celebrando la victoria final del ascenso. En el centro, se ve un micrófono que yo sujetaba para poder transmitir por las ondas el éxtasis de aquella tarde. Aquella temporada tuve la bendita suerte de viajar a Cartagena donde por un instante parecía que el sueño granota del ascenso se desvanecía, vivir la tensión de una grada local y visitante excitada, y la posterior euforia controlada en los vestuarios, con el que “si joder, que los vamos a conseguir” de Juanlu sobre el césped del Cartagonova. Pude estar en Irún, sentir durante el viaje los nervios en el estómago de imaginar que aquel estadio que nos esperaba era donde podíamos cantar el “somos de Primera”. Pude conversar minutos antes de aquel partido con algunos jugadores de aquel Levante confiados de lograrlo pero sin querer mencionar esa palabra que tanto deseaban. Aquella no fue “la gran noche”. El equipo perdió y los resultados no acompañaron.
Mi gran recuerdo de un ascenso fue en el Ciutat de Valencia una semana después frente al CD Castellón. Una contundente victoria que consumó el “ascenso, sí, por fin, ahora sí, el ascenso” del equipo a Primera. Y la afición saltó al césped, y cogieron de los hombros a los jugadores. Auparon al entrenador Plaza, al carismático Juanlu, al levantinista de cuna Iborra emocionado con su familia alrededor. Vi llorar a aficionados veteranos que meses antes temieron la desaparición del club de sus vidas. Vi sonrisas, muchas sonrisas, y entonces en la mirada de los jugadores, del presidente Quico Catalán, de los aficionados, vi alivio, vi alegría, vi orgullo, vi el valor que tiene un ascenso.