Ante un estadio lleno, que no dejaba de corear su nombre, colocó con sumo cuidado el balón en el centro del campo. Sin embargo, a pesar del enorme calor que desprendía el graderío, el mítico extremo se sentía solo. Murrieta ha visto mucho fútbol, ha protagonizado todo tipo de acciones que lo han colocado en la memoria de todos los aficionados: goles imposibles, regates históricos y jugadas llenas de fantasía cuando todo su equipo daba el partido por perdido.
Al contrario que otros jugadores, Murrieta no es un ejemplo de superación de obstáculos hasta llegar a la élite. Su apellido logró abrir muchas puertas del fútbol a un joven del que nadie podía esperar que tuviera semejante talento en los pies. De hecho, fue su abuelo el que casi le obliga a presentarse a las pruebas de juveniles. A Murrieta no le interesaban los conceptos tácticos que, con tanta pasión, le inculcaba su padre en cada partido desde niño. No disfrutaba con las anécdotas del abuelo sobre las diferencias entre el mercantilismo futbolístico actual y el romanticismo de antaño.
No puede decirse que Murrieta tuviera una vida difícil, pero sí puede recriminarse que no le dejaron tener infancia. Cada día era una dedicación exclusiva al deporte que tanta fama otorgó a su familia. Cada acción que emprendía sobre el terreno de juego debía ser perfecta. Cada pase, una obra de arte tanto en corto como en largo. Cada falta, un ejercicio de sublime inteligencia táctica.
Era un Murrieta, hijo de un Campeón del Mundo. Nieto del máximo goleador de la liga nacional. Si dedicaba al fútbol su vida, debía ser una vida de fútbol llena de éxitos. Nadie se molestó en preguntar al joven Murrieta si quería seguir las huellas de su ilustre apellido.
Pero era muy bueno. De aspecto frágil, pero con una agilidad fuera de lo común. No era nada fácil ser su sombra en los partidos. No podían tener los defensas forma alguna de saber cuál sería la dirección que seguiría la pelota esquiva cuando Murrieta la tenía en su poder. Además, cada falta realizada contra su persona era celebrada casi más que cualquier gol. Murrieta tenía un guante de seda en ambas piernas. Se encargaron su hermanos mayores de que así fuera. En definitiva, era el jugador completo.
Su carrera fue vertiginosa. El más joven en debutar en el equipo en que triunfó su familia. Su padre presumía en los medios de comunicación de que el hijo pequeño era mejor que el progenitor. El abuelo indicaba, bromeando a los diferentes entrenadores que tuvo en su carrera, que no era necesario entrenar con su nieto los disparos a puerta. El más joven de los Murrieta saltaba al campo con una enorme presión física y psicología que lo acompañaría durante toda su carrera. A pesar de ello, puso en pie a estadios de todo el mundo con su calidad y levantó la Copa del Mundo ante los ojos llorosos de su madre.
Pero el momento más esperado por Murrieta fue el saque de honor con el que decía adiós al verde. No podía echar nada en cara a aquel deporte que le había otorgado estabilidad para él y su familia. Pero estaba aliviado de poner punto y final a su carrera. Por físico, podría estar corriendo la banda durante años. Algunos tachaban la retirada de muy prematura. El joven Murrieta quería disfrutar la vida. Había cumplido más que de sobra con la pesada carga heredada desde su nacimiento.
Había obedecido a los agentes más preocupados de llevarse la comisión correspondiente, por convencer a su cliente de no cambiar de camiseta, que de su bienestar. Fue el primero en llegar a entrenar y el último en marcharse. Nunca tuvo un mal gesto con ningún periodista deportivo empeñado en malmeter entre él y los suyos para poder informar de una guerra de declaraciones.
Llegaba su recompensa merecida. Había rechazado entrenar al primer equipo bajo la excusa de querer preparase para ello. Solo Murrieta sabe que se alejará lo más posible de los terrenos de juego. Se acabó ver mundo a través de hoteles y autobuses por concentración. Viajará siendo consciente del trayecto y disfrutando del destino.
Quería ver crecer a sus hijos sin el fútbol como único nexo de unión. Su tiempo era, tras muchos años, únicamente suyo. No iba a desaprovecharlo. Murrieta saluda con educación y se saca fotos con los aficionados. Firma camisetas y ríe con los fotógrafos. Se abraza a sus compañeros y a su entrenador. Toca con la yema de los dedos los trofeos logrados, brillando sobre el impoluto verde, y golpea con la fuerza de las despedidas al esférico que espera su destino en la medular.
Que bonito y aleccionador,fue futbolista porque se lo impusieron y cumplió como el que más y tuvo capacidad y cualidades para triunfar,pero no era su deseo,no su vocación.Menos mal,para él,que la vida del deportista es corta y pudo seguir con edad y tiempo suficiente sus propios impulsos y disfrutar cuando antes no pudo hacerlo.
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Gracias por tu comentario, Fernando. Un saludo.
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