Al llegar Luis Enrique el pasado verano al banquillo azulgrana, había un comentario unánime en la afición culé: se acabaron las bromas, ahora van a trabajar de lo lindo. Y así fue.
Se dice que el entrenador asturiano comentaba a sus allegados que estos jugadores iban a sufrir mucho al principio de temporada básicamente porque el año pasado no trabajaron como a un profesional se le presupone. Pero también dijo que si superaban ese previsible bache, serían imparables. Él creyó en el equipo y en sus posibilidades desde el principio.
Cierto es que se tuvo que contener en más de una ocasión ya que estuvo a punto de sancionar a más de un jugador que no veía con tan buenos ojos el exhausto trabajo físico del asturiano junto con sus métodos a veces poco ortodoxos. Sin embargo, la intercesión de Xavi e Iniesta y un diálogo directo y claro del técnico con la plantilla hizo posible que un equipo que parecía un polvorín allá por enero rompiera a jugar y liquidara rivales uno tras otro. El resto es ya historia viva del fútbol.

El triunfo del Barsa esta temporada es el triunfo del trabajo bien hecho, de unos jugadores con un talento sin parangón, motivados por un técnico diferente. El triunfo de una idea futbolística que se reinventa manteniendo intacta su seña de identidad.
Decía ayer Dani Alves que esto de ganar es un vicio y esta es precisamente la clave de esta generación de futbolistas. Un ansia de ganar que no conoce límites. Fiel reflejo de esto fueron las declaraciones de Iniesta en rueda de prensa a la pregunta de qué retos le quedaban a este Barsa, a lo que el manchego comenzó a enumerar sin necesidad de pensar un segundo que el sextete, Liga, Copa y hacer lo que nadie antes hizo, ganar la Champions League por segundo año consecutivo.
Hay equipo, hay entrenador (quien no me cabe la menor duda seguirá la próxima temporada), hay un modelo que sigue siendo la envidia de Europa, y sobre todo, D10S sigue vistiendo de azulgrana.