
Gerardo Martino (Rosario, Santa Fe, 20 de noviembre de 1962), alias “el Tata”, dejando un lado su faceta como jugador, como entrenador inició su singladura dirigiendo a dos clubes paraguayos: el Libertad y el Cerro Porteño, con los que ganó varios títulos. El periplo del Tata no acabó allí, sino que entre 2007 y 2011 fue el seleccionador de Paraguay, país al que consiguió clasificar para el Mundial de 2010 en Sudáfrica, donde alcanzó unos más que sorprendentes cuartos de final. El último trabajo hasta el año 2013 fue su retorno a su país de origen donde llevó a los «leprosos» de Newell’s Old Boys, a consagrarse como campeones del Torneo Final 2013.
A pesar de esta valerosa contribución al fútbol moderno, no dejaba de ser un auténtico desconocido para la parroquia culé cuando Andoni Zubizarreta propuso su nombre, teledirigido por el presidente Sandro Rosell, a la junta directiva del equipo blaugrana. La única conexión patente entre Tata y el estilo culé era ser compatriota del que va a convertirse en el mejor jugador de la Historia del fútbol, sospechosa para muchos, esperanzadora para otros.
Vilipendiado por su vestimenta más propia del “landismo” que de un entrenador moderno del fútbol actual, más propicio últimamente a los trajes caros alérgicos a la pizarra y la tiza, por su anunciada lejanía táctica sobre el eterno rondo futbolístico culé, por su polo pistacho de rastrillo, por sus chaquetas dos tallas más grandes, por su verbo fácil, por su corte de pelo, por el corte de pelo de sus asesores, por no querer echar a Roura, Rubí y Altamira… El Tata vivió sus primeros meses, sin que nadie osase darle los famosos 100 días de los que otros entrenadores con un, a priori, mayor caché, gozaron.
Había ganas de «darle estopa» al entrenador culé y con Tito Vilanova, por razones humanitarias, no se atrevieron desde la central madrileña. El Tata dirigió con mano firme esos primeros meses de la escuadra culé, ganando, cierto es que no de manera brillante, la Supercopa de España. Llegó el inicio de la Liga y el equipo culé arrasó al Levante con un juego de posesión, rápidas combinaciones y alta presión en zonas cercanas al marco contrario…
Pero fue un espejismo, el Tata no había hecho nada, no tuvo tiempo siquiera de intervenir en la planificación del equipo culé, siendo más un náufrago recogido una vez zarpado el barco que un capitán manejando el timón, el bajo nivel del equipo contrario y las facilidades concedidas hicieron surgir unas esperanzas futbolísticas en los seguidores culés, quizás para contrarrestar el acoso mediático desde la capital, muy por encima del nivel futbolístico real del club barcelonista.
En las siguientes jornadas el juego del equipo decreció a pasos agigantados, convirtiendo ese inicio brillante en una gaseosa efervescencia futbolística limitada temporalmente. Llegó entonces la crítica del sistema, las opiniones que indicaban que el Tata estaba agobiado, que quería hacer jugar al contragolpe a la mejor generación de futbolistas que pisaron el verde pasto en los últimos tiempos, que renunciaba al juego de posesión, que no confiaba en Xavi, que Messi resoplaba tristemente, que, con los fríos, el pistacho había dejado de darle suerte.
Llegaron las rotaciones y el Barça ganaba, llegaron las lesiones y el Barça ganaba, llegaron los comentarios periodísticos en la ruedas de prensa negando la victoria y afirmando el cambio de estilo y el Tata explotó. Martino estaba nervioso y no era entrenador para el equipo culé decían. Ganó al Madrid, con golazo del recuperado Alexis incluido, pero la prensa se afanaba en indicar que el equipo culé y el merengue eran dos vasos comunicantes en los que el equipo culé descendería su nivel.
Al fin llegaron las derrotas, el afilado de colmillos cavernarios, la lesión de Messi y el Tata sonrió, apretó los dientes, pasó de los chismes (chimentos o chivitos para él), pensó en Maradona, en Carlos Gardel, en Mafalda, en la mamá… pensó lo que ellos harían contra la adversidad y organizó un asado.

No fue la carne, ni las patatas, ni la Quilmes o la Estrella Damm, sino las risas, las miradas cómplices, el afán de superación, el remar todos a una, el comprobar que el náufrago era ya el capitán y dirigía con mano firme la nave culé… y Xavi volvió a tomar el mando y Pedro presionó como nunca, y Cesc dio eternos últimos pases, y Neymar bailó su samba particular con el balón al ritmo de los compases del tango y Pinto se desmelenó… y el Tata solo pensó que el rumbo era el correcto.
Llegó el último partido, el último esfuerzo solicitado a aquellos jugadores ya exprimidos por los diversos entrenadores estos últimos años, a los 15 minutos el Getafe campaba a sus anchas ante los desarbolados y desconcentrados jugadores culés, entonces dirigieron sus miradas al área técnica y allí el Tata les volvió a marcar el camino, reorientó la brújula culé, corrigió sus errores, les animó a no fenecer en el esfuerzo y entonces los getafenses supieron que su destino estaba marcado.
A la vuelta a casa Gerardo Martino recogió sus cosas, hizo la maleta para irse a su querida Argentina por descanso navideño y, al ir a cerrar la puerta, allí, balanceándose en una percha, el polo pistacho le recordó lo que fue, lo que era y lo que será… Una persona humilde, criado como jugador en el pasto, en el barrio, un entrenador sincero, directo pero ante todo honesto, que quizás no luce como otros pero que no engaña en como es… a semejanza de su polo, su polo pistacho.
Reconozco que el Tata me cae bien, es un tío campechano al estilo Del Bosque. La pena es que su situación se va a parecer a la que vivió el salmantino en Madrid, de donde no salió precisamente bien. El entorno culé es demasiado fuerte y el Barsa no es Newells. Veremos si aguanta o el desgaste del puesto acaba con su paciencia.
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