Cuando uno piensa en los grandes colosos del fútbol europeo en estos tiempos, le vienen a la mente un ramillete de equipos que se pueden contar con los dedos, seamos generosos, de las dos manos. Unos pocos de la Premier, otros tantos del Calcio, un par de ellos en Alemania o España y el Paris Saint Germain en Francia, pocos más.
Dos de ellos, presentes en las eliminatorias finales de la Champions y dominantes en sus ligas desde siempre, protagonizaron una de las finales de la Champions League más crueles que uno recuerda. La imagen de Samuel Kuffour roto en un llanto sin consuelo es una de las imágenes del fútbol que recuerdo con mayor nitidez.

Ya habrán adivinado que de los dos colosos de los que hablo son el Manchester United, vencedor de aquella final de 1999, última del siglo XX, y del Bayern de Munich, en el que militaba el voluntarioso central ghanés. Supongo que, independientemente de las rivalidades que pudieran existir, la generalidad del aficionado reconoce que ambos clubes son dos de los grandes equipos de este deporte, a nivel mundial.
Casi veinte años después de aquella mítica final, ambos clubes llevan una trayectoria muy irregular desde hace unos años a esta parte confirmándose los peores presagios en este primer tercio de la temporada 2018-2019.
El Manchester United es, junto con el Arsenal del cada vez más discutido Unai Emery y el desconocido Tottenham Hotspur de Pochettino, una de las grandes decepciones de la Premier League. No por esperada, esta nueva pobre temporada encuentra explicaciones lógicas. El club sigue siendo uno de los más poderosos, económicamente, a nivel mundial, sin embargo, en su planificación, hay un lunar muy importante: no cuenta en sus filas con ningún delantero de los que podamos considerar de primer nivel. En una plantilla muy física en las líneas de centro del campo y defensa, la delantera no es determinante. Esta errática política de fichajes y la sensación cierta de improvisación en la parcela deportiva pueden ser el resultado, y no el origen, de un histórico en horas muy bajas.
Estar en manos de Jose Mourinho suele dejar un rastro de sequía y agotamiento. En mayo de 2016, el portugués se hizo con las riendas de la parcela técnica del club inglés. El primer año, a pesar de su mediocre sexto puesto en Liga, ganó la Europa League. Pero en su segunda temporada fue destituido y sustituido, precisamente, por el gran héroe de la final de 1999, Ole Gunnar Solskjaer, que, sin embargo, no logra enderezar la nave de los diablos rojos.

La brevedad del paso de Mourinho por el United nos privó de una nueva lucha mítica de estilos entre la solidez y competitividad del sistema de los equipos de Mourinho y el fútbol de control y toque de los equipos de Guardiola. A nivel personal esta batalla me resulta cansada y superada, pero, por un instante, Manchester se convertía de nuevo en el centro del universo fútbol. La desigualdad y la brevedad de la estancia del luso dejó esto en mera anécdota.
En la actualidad se sitúa fuera de los puestos europeos y lucha con el Arsenal o el Sheffield United por la quinta plaza de la Premier, que es la que permite la clasificación a la Europa League. Sin duda, lejos de los objetivos a los que, históricamente, debe aspirar este equipo.
En la Bundesliga, el Bayern de Munich es tercero a cuatro puntos del Borussia Monchengladbach. Desde luego, tiene las opciones de ganar la liga doméstica intactas, pero, tampoco cabe duda, su liga es menor en comparación con la inglesa. Existe un gran salto entre el poder económico, histórico y social del equipo bávaro que es, definitivamente, el representante oficioso de la Liga teutona, y el resto de los equipos compañeros de competición.
Pero el Bayern ya ha destituido a su entrenador Niko Kovac, precipitado por la peor goleada sufrida por el equipo en la última década, el reciente 5-1 frente al Eintracht de Frankfurt. Le ha sustituido Hans Dieter Flick que, como último resultado, ha obtenido una sonora victoria por 4 a 0 ante el otro grande alemán, también en horas bajas, el Borussia Dortmund.
Ambos clubes, United y Bayern, hace ya tiempo que no ganan la máxima competición continental. Los alemanes desde el 2013, los ingleses desde el 2008.
Sin embargo, la bajada de estos dos históricos no ha significado la entrada de clubes de segunda línea, no ha existido la deseada democratización del fútbol en la que el abanico de oportunidades se abra a nuevas aficiones y nuevos clubes entren en escena con opciones reales.
El gran beneficiado en Europa del descenso de los dos históricos ha sido el gran tiburón blanco. Desde el 2013, el Real Madrid ha aprovechado la crisis de estos dos clubes, más la generalizada del fútbol italiano que, con la excepción de la Juventus, no levanta cabeza, para ganar la Champions nada más y nada menos que hasta en cuatro ocasiones. Los nuevos ricos, Manchester City y Paris Saint Germain, presentados como las nuevas amenazas del statu quo, apenas han importunado a los de siempre.
Es el fútbol ese deporte en el que, aunque todo su entorno se empeñe en insistir en que todo está más igualado, la tenaz y cabezota realidad se empeña en demostrar que siempre ganan los mismos. Y es que, a pesar de sus crisis, los dos protagonistas del artículo de hoy han ganado más títulos en tiempos recientes que la inmensa mayoría del resto de equipos con los que han competido. Y esto, no puede ser de otro modo, aburre hasta al más loco aficionado. Ya saben, el fútbol es así.