Son muchas las voces que se han pronunciado ya acerca del mundial de Catar y bastantes las que se han alzado ante la celebración del mismo desde múltiples estamentos. Futbolistas, entrenadores, periodistas, artistas, políticos… poco puede aportar mi humilde opinión a un debate que sólo se centra en un motivo secundario. Porque nadie duda de la falta de derechos humanos en el país o del coste humano que ha conllevado la construcción del mega evento. La discusión sólo está en la utilidad o la hipocresía de aquellos que han denunciado estas cuestiones con los medios que tenían al alcance.
Yo soy de los que piensa que todo gesto es necesario, si no, imaginen que llega el domingo pasado sin una sola protesta. ¿Qué pensaríamos de la sociedad? Aunque estas líneas no buscan alinearse en la quizás ya exprimida batalla dialéctica anti Catar, sino expresar el sentimiento de un aficionado al fútbol, principalmente y para más inri, al extranjero. Y si algún lector se identifica con esta sensación, habrá merecido la pena. Porque para mí, el de Catar es la primera Copa del Mundo que no voy a disfrutar al 100%. Es un mundial ajeno.
Los dólares no pueden con el sol
El primer gran motivo de desafección frente al mundial de Catar 2022 radica en las fechas de celebración. Una Copa del Mundo es verano, es un sofá ganándole horas a la siesta con un ventilador de fondo, es ilusión al empaparte de guías una vez acabada la Liga, es el fútbol de los que buscan prolongar el éxito y resarcir el fracaso de la temporada. Es semanas consultando las listas de las diferentes selecciones, es un paquete de estampas para mi sobrino, es entrar en modo mundial, algo que este año no ha ocurrido.

La cita es inoportuna como esa llamada de tu madre. Corta la temporada, para bien de algunos y mal de otros, y la puede condicionar hasta límites insospechados. Pero el dinero, que no pudo con el calor del verano, sí compra voluntades para destrozar el calendario habitual de un evento tan importante. Tanto importa la tela en estas latitudes, que habrá cuatro partidos cada jornada para satisfacer las diferentes zonas horarias. El de las 11:00 encantará en Japón, así como el de las 20:00 en Europa. Ya me dirán quién puede seguir una planificación así en noviembre, época laboral. Este es el mundial de los jubilados.
Mucho balón pero poco juego
No por aparecer en segundo lugar este motivo es menos importante que las fechas. Es más, el dónde es la piedra angular sobre la que gira todo este esperpento. Porque vivir en Catar tiene poco de juego a no ser que seas un emir o un jeque. Para el resto de los mortales, los derechos humanos no destacan por su cumplimiento, sobre todo si eres mujer u homosexual. Un auténtico escándalo en la época de la ultracorrección y la conciencia social en la que nos encontramos. Hace 40 o 50 años no importaba tanto disputar un encuentro en una dictadura, pero ahora resultaría imposible… ¿o no? ¿Qué diferencia a Catar de una?
Por ilustrar una afirmación tan grave, podemos hablar de los 6.500 emigrantes fallecidos en las obras de los estadios por las penosas condiciones laborales y la falta de prevención de riesgos. O del permiso que las mujeres requieren de un hombre para realizar muchas cuestiones personales. O de la criminalización de la homosexualidad, penada con hasta tres años de prisión. Estas son sólo algunas de las joyas maquilladas u obviadas a golpe de talonario. Aquellas que han hecho que se califique a Catar 2022 como el mundial de la vergüenza.
La selección de Luis Enrique
La última razón para sufrir un profundo desarraigo ante la cita futbolística del año es mucho más local, y por qué no, personal. Tiene que ver con la selección española, la que vuelve a dejar a las claras, que es más que nunca la de Luis Enrique. Porque también me siento un poco ajeno a la roja. Y ojo, no se trata de una cuestión de competitividad. Que nadie piense que me bajo del barco porque esta generación sea menos brillante que la gran España. Animaría hasta a las Islas Feroe si hubiese tenido la suerte de nacer en Tórshavn. Es por la falta de meritocracia.

Soy consciente que es imposible impartir una justicia ecuánime en algo tan subjetivo como el fútbol. Sin embargo, pocos rechazan la idea de que la selección ya no es la selección, es un club que Luis Enrique ha confeccionado en base a sus gustos y necesidades como si de un director deportivo se tratase. De ahí que sorprenda la ausencia de jugadores del Betis o la Real Sociedad, por no hablar de Aspas, o la inclusión de jugadores carentes de minutos en sus equipos extranjeros. No importa el momento de forma y eso hace que el acceso a la roja se pervierta y ésta se distancie del público. Habrá que confiar en la suerte de Lucho.
Por todos estos motivos, ayer, lejos de vivirlo con ilusión y voraciad, me sentí extraño viendo en el móvil a escondidas un Estados Unidos-Gales. Ni siquiera sé qué equipos juegan hoy. Este mundial de la avaricia, del nuevo orden en el fútbol, me es ajeno.
Es desde luego el mundial más desenfocado de todos los que conozco,y las razones las expone perfectamente Ruiz Mohedano,no acabamos de cogerle el ritmo,yo incluido,que estoy jubilado y podría acomodarme a los horarios sin gran esfuerzo,y es que me falta ilusión,interés y pasión porque nuestra selección,independientemente de que le desee lo mejor,porque quiero en el fondo que me consiga enganchar,no me despierta entusiasmo y ella ha sido siempre el motivo principal sobre el que ha basculadora la competición para mi,viendo los demás equipos y partidos,por muy interesantes y competidos que fuesen como telón de fondo necesario para el realse de los nuestros,y es que a pesar de los años,el deseo y la ingenuidad no los he perdido.
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