Dios salve al nuevo Rey de Europa. Que la Champions viajaba este año a tierras inglesas era una obviedad desde las semifinales de hace casi cuatro semanas, la duda entre si viajaría a la capital o a las míticas orillas del Mersey se resolvió el sábado. Definitivamente, esta final entre dos equipos de autor se convirtió en la sexta Copa de Europa del Liverpool. El Tottenham se quedó a las orillas alcanzando su primera final en 136 años de historia, pero pagando la novatada.
A las nueve de una calurosa tarde en Madrid, ciudad engalanada para la ocasión, los aficionados de ambos equipos esperaban 90 minutos (o más) de emociones y alternativas. Con los equipos formados sobre el campo, llegó el bello homenaje al trístemente fallecido José Antonio Reyes, que volvió a demostrar que, eliminando a los hooligans de la ecuación, el aficionado británico normal vive como nadie la liturgia que rodea al fútbol. En el respeto al rival y a los profesionales nos superan ampliamente.
En el momento previo al kick – off , todos intentábamos adivinar cómo sería el partido, desentrañar las finezas tácticas que se nos presentarían sobre el cesped y adivinar por dónde vendrían los desequilibrios, las claves del partido. Poco nos costaba imaginar a Pochettino diciendo a los suyos que debían aguantar el ritmo alto del Liverpool, al menos en los primeros minutos, sacarse los nervios ante un rival más experto en estas lides (sin ir más lejos estuvo en esta misma final hace solo un año) y conseguir que el partido entrara en una velocidad de crucero en la que los spurs pudieran estar más cómodos.
Con más de medio mes sin jugar partidos, los londinenses habrán planteado tácticamente diversos escenarios de cara a esta final. Más aun si tomamos en cuenta que prácticamente cualquier analista imaginaba que el Liverpool desarrollaría su juego más habitual como favorito y que le tocaría al Tottenham buscar planes B para rebelarse ante su situación de outsider. Toda la vida queriendo llegar a jugar un partido así, un par de semanas preparándolo para, a los 20 segundos, cometer una mano absurdísima (no me veo capaz de entrar en la conveniencia o no de señalizarla) y verse obligado a arrancar la gran final perdiendo. Una rémora enorme que tiró por tierra cualquier preparación táctica y psicológica de partido del técnico argentino y de su equipo.
El penalti transformado por Salah, nada más pisar el césped, cambió por completo la decoración del encuentro. De lo que pudo ser a lo que fue, distó un mundo. Y seguramente, cambió a peor. El gol ultratempranero de los reds les permitió hacer un juego con el que se sienten cómodos: esperar la salida del rival para cazarle con los tres de arriba. El Tottenham, con noventa minutos por delante para remontar, no quiso volverse loco. Aunque tuvo más posesión, esta le servía de poco, para contemporizar atrás y acabar buscando en largo a un Harry Kane al que se le notó la inactividad de la lesión. Con poco de Dele Alli y nada de Eriksen, Son Heung – Min era el único que sacaba la cara en la línea de ataque del equipo del norte de Londres.

El golpe moral para el Tottenham le dejó al borde del KO. Aunque el Liverpool no se volcó en tumbar a su rival, tuvo alguna llegada esporádica que pudo mandar al equipo blanco a la lona. Mané seguía siendo el puñal que ha sido durante toda la temporada y Salah le apoyaba, aunque a Firmino se le notaba algo más flojo y los centrocampistas no estaban del todo finos en la llegada.
Así, entre bostezo y bostezo de los espectadores imparciales, se llegó al descanso con la esperanza de que lo apretado del marcador hiciera más interesante el segundo tiempo. Llegados a ese segundo tiempo, jugándosela a todo o nada en 45 minutos, el Tottenham se asió a Son para buscar la remontada. Paso a paso, fue soltandose el cinturón de seguridad para arriesgar, como muestran los cambios de Pochettino, que dio entrada a los 20 minutos a Moura por un Winks que nada había aportado, a Dier por la lesión de Sissoko a la media hora, y a Fernando Llorente a la desesperada por Dele Alli en los últimos diez minutos.
Si los cambios, de jugadores y de actitud, fueron adelantando las posiciones de los spurs, más cerca se fue viendo la posibilidad de que el Liverpool cerrara la final en un contraataque. Mientras que en defensa la imponente presencia de Van Dijk (a la postre nombrado MVP de la final) y la omnipotencia de Andy Robertson (sin duda uno de los mejores laterales izquierdos del fútbol actual) se sobraban para frenar las llegadas londinenses y dar salida al balón, arriba no se mostraban tan precisos, aunque sí algo más profundos a partir de la salida de Origi por Firmino en el 58. También la entrada de Milner por Wijnaldum mejoró la llegada en ataque de los de Klopp.
Para cuando no les frenó Fabinho en el medio del campo, ni Van Dijk les paraba, estaba Allison, que se ha marcado una Champions cuanto menos tan brillante como la que hizo con la Roma la campaña pasada. Huelga decir que el portero brasileño, en comparación con la actuación de Karius en la pasada final, ha sido una de las grandes diferencias del Liverpool.
Cuando más apretaba el Tottenham, Origi aprovechó la salida de un córner para anotar su tercer gol ¡en tres tiros a puerta! de esta edición de la Champions. 100% efectivo, el delantero belga ha sido una de las revelaciones de esta edición. Así, a tres minutos del final, las pocas esperanzas de los de Pochettino quedaban liquidadas.

Tras unas eliminatorias de Champions apasionantes, la final fue bastante soporífera. Con un libreto peculiar, partiendo del penalti inicial, el campeón fue seguramente quien más lo mereció, durante el partido y, sobre todo, durante la competición. Fue más completo que el Tottenham, al menos tan bien trabajado y con mejores individualidades que, además, se reparten entre todas sus líneas.
Por su parte, el Tottenham tendría que seguir construyendo por este camino. Alcanzar esta final es mucho más de lo que tenían previsto para esta temporada, y si guarda a sus estrellas y refuerza con algún pequeño detalle más, puede seguir siendo el próximo año uno de los grandes de Europa. Este año, sin querer quitarle méritos, ha alcanzado la final uniendo golpes de fe y de suerte. Probablemente no fue mejor que City ni que Ajax en sus eliminatorias, pero nadie puede negarle el buen trabajo realizado.
Ahora, empieza el camino a Estambul, donde se disputará la final de la Champions de 2020. El Liverpool defenderá título ante los favoritos habituales, de los que algunos caerán antes de tiempo y a los que se unirán sorpresas. Lo habitual, emociones e intriga que nos llevarán, como esta temporada, a proclamar un campeón. Tan solo esperemos que esa final de Estambul sea más agradable y divertida.