Bien entrados los años 80, o quizás ya en los 90, los programadores de la televisión pública realizaban ciclos dedicados a los grandes actores y grandes actrices del cine clásico que rellenaban las noches de algún día concreto de la semana, durante todas las semanas del verano. Esos largos veranos de tres meses de los niños que estudiamos la EGB.
No debía estar yo demasiado crecidito como para negociar con mis abuelos unas horas más de calle en el pequeño pueblo de la sierra onubense donde exprimíamos las horas de esos eternos días estivales, de modo que había que volver puntualmente a la hora de la cena, que era mejor no tentar a la suerte y mucho menos a mi abuelo, hombre recto y poco amigo de que le tomasen el pelo. Un maestro, en todos los sentidos. Pues, como iba diciendo, mi hermano y un servidor teníamos que volver a casa en cuanto las farolas de luz amarillenta se encendían, cuando el sol desaparecía ya por completo.

Gracias a esa regla y a esa manera de programar, entre otras razones, me aficioné al cine clásico, y, en concreto, a las películas de Paul Newman, uno de los ciclos que quedaron grabados sin remedio. El largo y cálido verano es una de esas películas que penetraron en mi inconsciente. Un drama, un dramón sureño de finales de los años 50 en el que, junto a Newman, actúan Orson Welles, Angela Lansbury y, dos actrices que me robaron el sueño: Joanne Woodward y Lee Remick.
Fueron aquellos años, finales de los 80 o comienzos de los 90, los últimos en los que viví ajeno al fútbol. Pero no al deporte que se practica, que, por aquellos años, disfrutábamos de una pista recién estrenada y jugábamos mañana y tarde, sino el competitivo y profesional, al negocio, al fútbol que tiene que ver con los fichajes, los mercados, los millones y la prensa. Cómo añoro aquellos años en los que el Trofeo Ramón de Carranza o el Teresa Herrera eran los grandes hitos veraniegos. Nada de grandes traspasos, si acaso presté atención a uno de un tal Diego Armando…
Por eso, debido a ese grato recuerdo, estas vacaciones he intentado taparme los oídos en lo posible. Volver a ser aquel niño ensimismado con El Golpe, Dos hombres y un destino o La leyenda del indomable, e informarme poco de los fichajes de mi equipo y menos de los del resto, evadirme un poco de esa febril carrera que gana el que más nombres vincula a la verdad o el que logra el soplo más jugoso. Estaba harto de los “¡atentos!”, de los que se cruzan con el presidente del equipo de turno por su pueblo, de los confidentes de los directores deportivos, de los residentes en aeropuertos o de los expertos en el big data. Estaba harto, y muy aburrido.
Y eso que el verano comenzó con un emocionante, divertido y exitoso europeo sub-21, seguido de la victoria en su homólogo sub-19. Gran papel el de las jóvenes selecciones y, desde aquí, mi enhorabuena. Pero tras esto, la catarata de nombres inició su espumoso y vertiginoso descenso lleno de apellidos sonoros y, otra vez, los mismos futbolistas y los mismos equipos que siempre se erigen en protagonistas en unas televisiones que, sin duda, en los 80 eran mucho mejores. Que si Griezmann y el Barcelona, que si Neymar y el Madrid, y el Barcelona otra vez, que si Bale se va, que si no, la que nos va a caer con Joao Felix (¡qué pinta!) y el nuevo Atlético de Madrid… Algo no debe ir muy bien en el coco del personal cuando hacen que esto venda. Semanas y semanas de tedioso pan y circo.
Al menos a medias, me he librado de este retablo barroco recargado y apabullante que supone la prensa capitalina, sea cual sea la capital y, antes de que se obstruyesen los conductos de mi cordura le di al botón de apagado. Evasión, quizás no muy loca. Escapada, aunque no al final. Sueño, sin su Réquiem. En definitiva, un kit kat tan necesario como oportuno.

Pero hace ya unos días que todo vuelve a bullir, siguen saliendo nombres, pero ya son más de verdad, hay muchos equipos muy hechos, muchos deberes finalizados, que, aunque entregados a tiempo, habrá que comprobar si están bien o mal. En definitiva, llegó la salsa, llegó lo que de verdad nos divierte: el juego, la pasión, la competición y el resultado. Fin a la milonga de las estructuras y las planificaciones, fin al baile de millones, ahora empieza lo bueno, lo que de verdad nos gusta y nos atrae, la polémica y el sistema. El balón rodando y volando.
Y vivirlo, que esa es la verdad del fútbol. Olvidarnos de las teclas del móvil y de las cuentas en redes sociales de los expertos en fútbol internacional. Ir al campo, quejarnos por la reforma nefasta que se ha realizado, saludar al vecino de asiento y mirarnos…- ¿Y este año qué? – Toca confesar los miedos, hacer piña, escuchar los himnos surgidos del alma y no esas cancioncillas marketinianas que tanto mal auguran. Toca acordarse de los que no están y de los que regresan.
Y, casi se me olvida, vuelve el VAR. Cambios en el reglamento que volveremos a sufrir, volverán los dobles raseros, porque el problema no era la norma, sino aquellos que se dedican a aplicarla. Vuelve la polémica para dejar más a menos a todos donde deben estar. Hay que reconocer que se trabajan bien el guion antes de darnos el mismo final de siempre.
El largo y cálido verano ha llegado a su fin. Con su final de siempre. Por un momento pensé que nunca iba a llegar. Menos mal. Qué ruede el balón. Qué comience La Liga.