He de confesar que, desde hace algún tiempo, hay cosas del fútbol que me revuelven las entrañas: la violencia, los amaños, los insultos, los grupos ultras, lo ruin de un negocio multimillonario, los excesivos y desmedidos enfados que pillan muchos aficionados, etcétera. Pero hay otros aspectos que siguen emocionándome.

Independientemente de jugadas espectaculares, de jugadores que lo dan todo y se entregan al máximo o de victorias brillantes, lo que más me emociona y me gusta del fútbol es el lado humano. Hace un mes y medio decidí dejar de ir al Villamarín por diversos motivos. Este sábado volveré a ir porque echo en falta el rato que paso con mis compañeros de sufrimiento verdiblanco. La cerveza previa al partido, las anécdotas, los chistes, la charla con ellos…son cosas que no puedo perderlas por mucho que haya otras que me cansen demasiado.
Y por encima de todas estas cosas hay una que es especial y que no debo dejar de hacerla: el abrazo con mi hermano cuando el Betis marca un gol. Ese momento es mágico, sublime. Son muchos años yendo al estadio con él o viendo un partido juntos por la tele y acabar abrazados cuando nuestro equipo anota un tanto. También esos abrazos han sido, en más veces de las deseadas, de consuelo por una derrota dolorosa o por un descenso a Segunda.
Así que volveré a sentir estas cosas desde mañana mismo salvo la de abrazarme a mi hermano. El miércoles tuvo la mala suerte de pegarse un porrazo enorme con la bicicleta (otra de nuestras pasiones) y se ha fracturado la tibia. Mucho ánimo Joaquín. Ponte en forma que en junio, ojalá, tendremos que pegar saltos de alegría para celebrar el ascenso de nuestro Betis. Y fundirnos en un abrazo.