Anuncios. Y aún no emitieron su gol. La impresión inicial de Roberto era que la televisión hacía que pareciese gordo. No lo estaba. Era ancho y fuerte. Alguna carcajada hiriente escuchaba cuando daba esta explicación. Ya le hubiera gustado a él verlos correr en aquellos campos de Alemania cuando fichó por aquel equipo de segunda división, cómo diantres se llamaba. Roberto no recordaba.
Si fuera por Roberto, estaría corriendo la banda y dando centros rápidos y certeros, su especialidad. Aquella lesión de rodilla lo alejó de su vida deportiva. No llegó a la élite ni ganó títulos, como entrenador sí, pero el fútbol le había permitido ver mundo. Aunque de eso hace ya mucho tiempo. El enfermero le había jurado que era hoy cuando ponían el documental, aquel en el que sacaban imágenes de archivo de su estancia en Nueva Guinea.
La televisión no dejaba de dar publicidad y se acercaba su hora de dormir. Qué rabia. Y al fin, empezaba el programa. Qué de recuerdos llegaron de repente a su cabeza viendo aquellas imágenes. Fue de los pioneros en representar al fútbol nacional fuera de sus fronteras. Aunque al no ser gran estrella, nunca ocupó en la prensa deportiva un lugar destacado. Y precisamente, de aquellos días de fútbol fuera de casa, iba el documental.
Comenzaba con algunos analistas dando su visión de la evolución del fútbol. No los aguantaba. La mayoría no habían pisado un balón en su vida. Y ahí estaban. Ya podría estar él ahí, no en la residencia. Cuando comenzó lo bueno, había pasado la medianoche.
El locutor no hacía más que meter la pata. Erraba fechas, nombres de jugadores y resultados de partidos. No era fanatismo. Algunos errores, lo afectaban a él directamente. El más grave era que le habían quitado un gol. Mejor dicho, el gol. De esos que marcan una vida. En Wembley, desde veinticinco metros nada menos. El mérito fue otorgado al socio de equipo que le ofreció la asistencia.
Qué rabia. Imperdonable. Qué diría la gente ahora, si era el rey del asilo con su historia del gol al Manchester en un final perdida, pero con golazo. Roberto sacó su diminuta agenda del bolsillo y apuntó que a primera hora escribiría una carta a la productora. Se iban a enterar. Ni mail ni nada. De su manos saldría su enfado. El del pase, un irlandés con muy mal genio, era bueno. Cuál era su nombre, no le venía. Aunque se arrugaba en las grandes citas. Jamás se le ocurriría tirar desde semejante distancia. No iba a quedar así.
Aunque algo había que agradecer a la producción. Había imágenes que creía olvidadas, amigos que creía fallecidos y que estaban hablando a cámara contando lo duro que era ganarse la vida con el fútbol en aquellos tiempos, sin hablar el idioma, sin conocer la cultura. Ahora el mundo es la aldea global.
Se tragó entero el programa e incluso puede que comentase algo en sus redes sociales intentando retomar contactos. Cuando estaban emitiendo los créditos finales, Ramón estaba muy cansado y con ayuda llegó a la cama. Su enfado iba desapareciendo conforme cerraba los ojos. Esta bien, no quedaría su autoría en el mejor gol que haya marcado en su carrera de trotamundos, aunque seguro que no todos los de su generación pueden presumir de ser citados en un programa de la televisión. Escribiría a primera hora, pero para pedir una copia.