El Barça se proclamó anoche campeón de la Liga masculina de fútbol por 27ª ocasión. Un título que se daba por descontado hace ya muchas semanas, pero que logró matemáticamente con cuatro jornadas de antelación respecto al final de la temporada. Un título conseguido con solvencia, que sabe a gloria en la Ciudad Condal tras los sinsabores de la complicadísima pasada campaña. Y un título que refrenda el trabajo de Xavi Hernández en el banquillo culé, retrasando el vencimiento del crédito por los batacazos europeos, al menos, hasta la próxima temporada.
No cabe más que felicitar al Barça. Merecido y confirmado campeón de Liga 22/23, tras derrotar al Espanyol por 2-4 en Cornellá – El Prat. Victoria doble. Por un lado, certifica el título y por otro deja al Espanyol mirando al descenso en lo que ya no es solo un coqueteo con la segunda división. Esta noche los periquitos le han pedido matrimonio a la categoría de plata. Para colmo, dejan unas lamentables imágenes de ultras invadiendo el campo mientras la plantilla culé celebraba el título desde el césped. De lo peor que hemos visto en varios años.
La Liga marca la regularidad de un equipo
El resultado de la Liga no engaña, aunque la Champions sea, sin duda, más golosa, prestigiosa o deseada, las ligas nacionales son las que designan quién es el mejor de cada temporada en cada país. La Liga precisa de una regularidad, de una planificación, de una velocidad de crucero, que no es tan necesaria para ser campeón de Europa. En esas competiciones de eliminatorias, las virtudes son diferentes, aunque igual (o más) valiosas. El campeón de Liga siempre es el mejor del año. El campeón de la Champions es el mejor, sin más.
Tal vez por eso el Barça ha sido campeón de Liga y se ha estrellado en Champions (y luego en Europa League). Es un equipo equilibrado, bien trabajado, bien construido, que cree en su día a día. Pero que le falta esa chispa, ese don especial, esa capacidad de superarse a la que obligan las grandes citas europeas. Pero el campeón de la liga en España no puede ceñirse a ser grande de fronteras para dentro.
Tras una campaña, la presente, en la que los barcelonistas se conformaban con asentar un proyecto nuevo y competir, en lugar de arrastrarse como hizo casi toda la pasada temporada, lograr levantar una nueva Liga es un regalo del cielo. O un trabajo estupendo. Xavi ha demostrado una capacidad para competir y una flexibilidad que personalmente no tenía muy claro si iba a tener en el banquillo. Aquel maravilloso jugador, para mi el mejor español de la historia, se volvía un ser estomagante cuando los rivales no le permitían jugar como a él le gustaba. O cuando alguien osaba a pretender pensar que se podía jugar bien al fútbol de manera diferente a la que él defendía. Entonces tomaba las tablas de piedra con los mandamientos de la «filosofía Barça» escritos en ella y bramaba contra los herejes del contraataque y la portería a cero.
Xavi se consagra
Este año hemos visto a un Xavi capaz de darse cuenta de que hay múltiples soluciones a las que acogerse cuando tienes que hacer funcionar a un equipo. Cruyff o Guardiola, grandes tótems del juego de posición, posesión y combinación, también supieron ser flexibles cuando las circunstancias lo aconsejaban. Tener una filosofía de juego marcada está muy bien. Todo equipo, para desarrollar el sentimiento de pertenencia tan importante en la esencia de este tinglado al que llamamos fútbol profesional, necesita una serie de lugares comunes compartidos en los que sentirse cómodo. Como hombre de la casa, como «uno de los nuestros» del barcelonismo, Xavi es ideal para salirse del guión de esos lugares comunes sin ser considerado un hereje. Tiene el barcelonismo demostrado, haga lo que haga.
Y lo que ha hecho es conseguir un equipo con un esqueleto defensivo estupendo, que ha basado el título de Liga en una sucesión de porterías a cero. Nada menos que 25 hasta el momento. Récord de las grandes ligas europeas en el siglo XXI, superando (agárrense) al Chelsea comandado por Mourinho.
Claro está que no debemos quedarnos solo con el número frío. La clave defensiva de este Barça tiene algo del ADN propio del club. Se ha basado en gran medida en la muy buena presión tras pérdida, tan fundamental en los equipos campeones modernos. Eso sí, también en la remodelación de la zona defensiva, sobre la que volveremos más adelante, y en un magistral Ter Stegen. Tampoco podemos decir que algunos partidos resueltos con goles al contraataque hayan ido contra las ideas clásicas del fútbol barcelonista. Los extremos abiertos y los balones buscando al tercer hombre más alejado son parte de ese ideario.
La constante Ter Stegen
Probablemente el bueno de Marc André Ter Stegen pueda ser considerado el MVP del equipo campeón. Los amantes de la física (y la portería tiene bastante relación con esa materia) podrían hablar de «la constante Ter Stegen». Podría definirse como aquella fuerza contraria al empuje desarrollado por los delanteros rivales que congela el grito de gol en sus gargantas. También podría entenderse como el don que el portero alemán ha tenido a lo largo de toda la temporada para estar ahí y rendir al más alto nivel en todo momento. Con una defensa que ha jugado adelantada y asumiendo riesgos, tener detrás a un cancerbero capaz de sellar al menos un milagro por encuentro confiere la seguridad necesaria para enfrentar dichos riesgos con esperanza de triunfo.
Ya sea por lesiones o por momentos de forma, otros jugadores, cuajando una gran temporada, han subido o bajado la flechita de su rendimiento. Pero el portero siempre ha estado ahí. Ese pasillo de seguridad, más allá del portero, que ha conferido al Barça la capacidad de ser intratable estaría formado por Araujo, Pedri, Dembélé y Lewandowski.
Brillantes todos en tramos más o menos largos de la temporada. Cada uno en su papel ha sido diferencial. Además, la suerte ha querido que distribuyeran su calidad en las diferentes zonas del campo. Así, el Barça ha tenido jugadores brillantes en todos los lugares donde se cuece el bacalao. Un seguro en la defensa, con Araujo. Un enorme creador de juego con Pedri. Un as del desborde en Dembélé. Un hombre gol en Lewandowski. La pena ha sido los vacíos que las bajas (médicas o de rendimiento) de estos jugadores han ido dejando, que no han permitido al Barça estar a tope todo el curso.
No podemos dejar de mencionar a los escuderos de lujo de estas grandes estrellas de la temporada culé. Gente como Christiansen en defensa, De Jong en el mediocampo, Raphinha y sus destellos en momentos clave o Balde madurando para suplir a un mito como Jordi Alba, han sido sorpresas muy agradables de la temporada de los azulgrana. En algunos casos, fichajes de los que no se esperaba tanto, como Christiansen, que desplazó a la banda derecha al que llegaba para apuntalar la defensa, el exsevillista Jules Koundé. En el caso de Frenkie De Jong, parecía que tenía su época ya pasada, pero ha dado un aire extraordinario al juego del Barça con sus inteligentes conducciones y su buena determinación en la presión tras pérdida.
Capítulo aparte en esos secundarios de lujo merece el capitán, Sergio Busquets. Con Piqué marchándose a mitad de temporada, y Sergi Roberto y Jordi Alba con minutos contados en el terreno de juego, Busquets fue la referencia entre los veteranos de la casa. Ahora que ha decidido poner fin a su carrera como culé, parece que con la intención de pegar un último empujón a su economía de cara al futuro, toca reconocerle todo el trabajo oscuro que ha desarrollado en sus años como ancla de la medular blaugrana.
Me alegro, además, que tras unas temporadas en las que no brilló demasiado, se marche no solo con el título sino con una actuación a lo largo del año que recordaba, sin llegar, a los momentos de su mejor nivel. Busquets será como el buen desodorante. Se le notará más cuando no esté. Veremos cómo suple el Barça una posición que es piedra angular de esa «filosofía Barça» de la que venimos hablando. Esa demarcación de mediocentro en el Barça suele agradecer la presencia de alguien de la casa, y no parece que exista ahora mismo un relevo en La Masía de nivel para Busquets.
La breve era Alemany y sus palancas
Pero todo ello, no hubiera sido posible sin la presencia de otro que se va. Mateu Alemany termina su trabajo como Director de Fútbol del FC Barcelona tras haber sido algo así como el ideólogo de la era de las palancas. Más allá de la conveniencia con vistas al futuro. Incluso más allá de la legitimidad, que también se ha puesto en duda, de esta forma de financiación, cabe decir que Alemany ha trabajado magistralmente para traer un número elevado de fichajes y con una calidad suficiente para montar un equipo campeón de las ruinas de un equipo desnortado que heredó a finales de la campaña anterior.
Hay quien dice incluso que algunos de esos fichajes fueron una manera de gastar para simplemente demostrar que estaban en disposición de gastar. Eran una forma de decirle al mundo «¿qué estamos arruinados? mira cómo gastamos dinero, cómo vamos a estar arruinados». Así generaban confianza en los posibles futuros acreedores.
Sea como fuere, Alemany y su sistema de palancas ha elevado al Barça al lugar de campeón de Liga. Nada menos. Ahora se marcha, probablemente por desacuerdos con Laporta. El que venga detrás tiene que conseguir asentar ese porvenir también a nivel europeo, sin que se vuelva a desmadrar el capítulo de salarios de los jugadores. Eso sí, con menos red de seguridad por efecto de las famosas palancas. Para ese plan no parecería muy acertado que la primera decisión fuera repescar a Messi, desde luego.
El valor del título
Hoy tenemos nuevo campeón de Liga, que sucede en el palmarés al Real Madrid (la vida sigue igual y el bipartidismo rara vez se rompe). No seré yo quien saque el tema del bajo nivel de la Liga con ganas de desprestigiar el triunfo blaugrana. Si la Liga tiene un nivel menor que el de décadas pretéritas, creo que es cierto, pero no es culpa del Barça. Que hubieran despertado los demás. Pero aun queda el otro gran reproche al triunfo del Barça.
No me refiero al tema Enríquez Negreira, que aunque haya explotado este año, daría pábulo, en todo caso, a irregularidades de temporadas ya muy pasadas. Me refiero a lo que pueda pasar el diez de junio en Estambul. Antes aun, el miércoles en Manchester. La sensación de bienestar o malestar de Real Madrid y FC Barcelona está completamente sincronizada. No hay felicidad completa sin infelicidad del rival y viceversa. Por tanto, una nueva Champions en la vitrina blanca sería un descrédito para el gran título de Liga del Barça. Más aun si lo hace superando en semifinales al mito Guardiola. Puede ser triste esta relación entre ambos clubes, pero es verdad que funciona así. Y lo sabéis.
Desde luego el máximo respeto al título y a su poseedor, pero ojalá no sea el canto del cisne,no soy culé pero creo que un gran Barcelona y pese a su coqueteo con el independentismo,que desde luego ni comparto ni creo deba expresarse en el deporte,porque lo política tiene sus sitios,digo que creo que un gran Barsa,un gran Madrid,y una competencia entre ellos y con más invitados eleva el valor de nuestra liga y debe ser bienvenida y deseada.
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