Ahora que se cumple más de un mes desde el último partido que se disputó en la liga ha’Al de Israel y también en la West Bank palestina que, no por ser menos importante, debe olvidarse, muchos nos preguntamos qué sucede con el fútbol cuando un conflicto bélico se enquista. A veces nos creemos que el fútbol es hoy en día un espectáculo tan potente a nivel económico que vive ajeno a la realidad. Sin embargo, la historia nos ha demostrado que el balompié adquiere un valor simbólico en las guerras que no debe obviarse, para lo bueno y para lo malo.
Cuando llega la guerra, todo se para. Sólo hay que recordar las dos ediciones de la Copa Mundial de las que nos privó la II Guerra Mundial en 1942 y 1946. Momentos críticos en los que no hay margen para pensar en algo más que defender tu casa y salvar la vida. Pero cuando el problema perdura, se enfría, hay ocasiones en las que no queda otra opción que buscar una salida en un lugar seguro alejado de las bombas. Está alternativa es por la que desafortunadamente han tenido que optar algunos clubes de fútbol. Equipos en el exilio, cuyos casos más representativos abordaremos aquí.
Medio siglo fuera de casa
La friolera de cincuenta años son los que cumplirá el Anorthosis lejos de su hogar, Famagusta. Quizás estemos ante uno de los casos más paradigmáticos de equipos exiliados por un conflicto bélico. Una guerra, aunque más que guerra, ocupación, que divide a Chipre en dos mitades desde los años 70. Una vergüenza silenciada, apenas se recuerda en los medios, y configurada mediante la llamada Línea Verde, que separa el norte, turcochipriota, del sur, grecochipriota. Una división en la que no sólo juega su papel la nacionalidad, sino también las religiones, lo cual impide que la hemorragia acabe cicatrizando.

Ante el avance turco, los grecochipriotas tuvieron que ir abandonando sus hogares para emigrar al sur y esto es lo que sucedió con Famagusta. Una localidad costera que se ha convertido en la imagen del conflicto. Es como sí juntáramos Marbella y Prípiat (Chernóbil). Muchos de los aficionados del Anorthosis sólo lo han conocido en Larnaca. Y más, si tenemos en cuenta que su época dorada fue hace quince años cuando se convirtió en el primer equipo chipriota en disputar una fase de grupos de la Champions con Savio Bortolini a la cabeza. Actualmente, el fénix está entrenado por un español, el exespañolista David Gallego, que ha reclutado a varios compatriotas para devolver al club a lo más alto.
El orgullo de un país
El siguiente club exiliado que protagoniza este artículo se ha convertido en el emblema de su región, la ocupada Nagorno-Qarabag, y, por ende, de todo Azerbaiyán. Y es que la disolución de la Unión Soviética a principios de los 90 dio barra libre a los armenios para conquistar un territorio en el que, según ellos, se sentían vilipendiados por la recién creada república azerí. Volvemos a juntar religión con patria, mal asunto. El Quarabag Agdam se resistió a abandonar su hogar. Sin embargo, tras vivir la muerte de su entrenador por una mina antitanque y la destrucción de su estadio, acabó mudándose en 1993 a la fronteriza Quzanli, poco después de ganar su primera liga.
Pero el punto de inflexión llegó en 2001, cuando el club, auspiciado por la inversión de la importante Azersun, se asentó en la capital, Bakú, en la que aún reside. Desde entonces se ha convertido en un habitual de la Europa League. Hasta tuvo el honor de ser el único equipo azerí en disputar una fase de grupos Champions en 2017-18, rascando dos empates al Atleti del Cholo. A día de hoy, los jinetes del Qarabag se han convertido en el gran dominador de su liga y llevan un buen bagaje para clasificarse en el grupo H de la presente Europa League. El argelino Yassine Benzia, otrora promesa de la Ligue 1, es su jugador más mediático.
El caso más mediático
La última gran guerra de Europa es la que se vive en Ucrania desde el año pasado. Este conflicto ha provocado cambios sustanciales en la Premier League ucraniana. A la huida de las estrellas extranjeras se le suman los parones que sufren algunos encuentros para acudir a los búnkers cercanos (siempre tiene que haber uno cerca de cada estadio) o la marcha de los equipos de Jarpov a Kiev. Pero si hablamos de un exilio importante en la ex república soviética, ése es el del Shakhtar Donetsk. Y es que su problema se remonta más allá, hasta 2014, cuando las tropas de Putin decidieron hacerse con el Dombás, la región en la que el club minero había inaugurado sólo cinco años antes su maravilloso estadio, sede de la Euro 2012.

Desde que abandonó Donetsk, el Shakhtar disputa sus encuentros como local en el Arena de Lviv, tras algunas etapas en Járkov y en el Olímpico de Kiev. Además, la guerra de Ucrania le ha provocado un segundo exilio para las competiciones UEFA. El año pasado jugaba en Varsovia y este año en Hamburgo, donde ganó hace dos días al Barça. Lejos queda ya la época de estrellas internacionales como Alex Teixeira, Fred o Douglas Costa o del gran Mircea Lucescu en el banquillo. En la actualidad está entrenado por el desconocido Marino Pusic y sus jugadores con más nombre son los veteranos Chiygrynskyi y Stepanenko. Aun así, sigue reinando en una Ucrania en la que, como en los otros dos enclaves que hemos visitado en estas líneas, el fútbol ha pasado a un segundo plano.
No siendo evidentemente asunto prioritario cuando hay un conflicto tan impactante como una guerra,es interesante contactar como el fútbol sigue sobreviviendo aunque necesite para ello exilarse,lo cual dice mucho de su importancia y el papel que ocupa en la sociedad actual.Sería muy interesante analizar como logran encontrar recursos económicos en estas anómalas condiciones para seguir manteniendo sus estructuras y seguir compitiendo.
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