En la mañana de un día como hoy, pero hace ya once años, mientras desayunaba en casa antes de ir a trabajar, la televisión empezaba a hablar de confusas noticias sobre un accidente de consecuencias aun desconocidas en un tren de Cercanías en Madrid. Al llegar al coche y encender la radio, la voz de Iñaki Gabilondo ya vislumbraba el caótico escenario de un atentado múltiple con al menos tres explosiones en trenes. Al poco de arrancar, fui testigo directo del caos.
Decenas de ambulancias iban y venían de la cercana calle Téllez, donde explotó uno de los trenes, al hospital Gregorio Marañón, utilizando incluso un carril en sentido contrario para esquivar el denso tráfico de la calle Doctor Esquerdo. En mi recorrido tenía que cruzar el puente de Pacífico, que pasa sobre las mismas vías en las que la radio explicaba que uno de los trenes había detenido bruscamente su camino ante la terrible detonación.
Al empezar a subir por dicho puente observé que varios conductores habían parado sus vehículos para ver detenidamente el funesto espectáculo. Aminoré la marcha y al mirar a la derecha vi a escasos metros del puente un amasijo de hierros retorcidos, como si de un gigante derribado y agujereado se tratara, rodeado de gente, carreras, dolor, solidaridad y muerte.
Aquel día la vida se detuvo en Madrid, el aparentemente inalterable corazón de la ciudad dejó de latir. Con aquellos 191 fallecidos y centenares de heridos fuimos víctimas todos los que cada mañana nos levantamos a llevar a nuestros hijos al colegio, tomarnos un café con los amigos, ir a trabajar o visitar a un familiar, porque cualquiera de nosotros pudo haber tomado esos trenes.
Valga éste nuestro homenaje para todos ellos, para sus familiares y seres queridos. Aquel día 191 historias fueron cercenadas por un salvaje tajo criminal, algunas de ellas también que ver con el fútbol.

Como la de Daniel (20 años), que jugaba como central en el histórico Moscardó por entonces en la exigente 3ª División madrileña. Fuerte, alto y polivalente, su impresionante planta física hacía las delicias de los aficionados, que le auguraban un buen futuro e incluso la posibilidad de ganarse la vida con el fútbol. Él, sin embargo, pensaba más en un futuro relacionado con sus estudios de Educación Física en el INEF.
Entre el fútbol y la mesa de mezclas de DJ andaba Iris (20 años), que había pasado llamando la atención por las canteras del Rayo y del Roma (equipo del barrio de La Elipa históricamente vinculado al Real Madrid). David (23 años) había hecho su carrera en varios equipos alcarreños, en el momento de su fallecimiento, mientras se dirigía a un recientemente conseguido trabajo en prácticas, jugaba con un filial del Deportivo Guadalajara. También Eduardo (31 años), un futbolero que hizo a su hijo el carnet de simpatizante del Real Madrid con escasos días, jugaba aun al fútbol sala en Villanueva de la Torre.
Carlos (39 años) y Juan Antonio (46) jugaban ambos como porteros en la Liga de Peruanos que se creo en el barrio de Palomeras, en Vallecas. Carlos llevaba menos de un mes en España y ya había conseguido trabajo y equipo con el que pasar los ratos de ocio del fin de semana. Juan Antonio, hincha de Alianza de Lima en su Perú y del Barça en España, incluso fue árbitro de alto nivel en su país. No fue el único árbitro fallecido en aquellos trenes, también Álvaro (26 años), un alegre socio del Atleti brillante con el taco de billar, había alcanzado como colegiado la categoría regional.
También Luis (40 años) había jugado en la cantera del Real Madrid hasta juveniles, pasando también por el Carabanchel entre otros equipos, pero decidió abandonar el fútbol para centrarse en sus estudios. Algún partido con los amigos del barrio aun se animaba a jugar Raúl (39 años), aunque este simpatizante del Betis cada vez se juntaba más para ver los partidos con amigos por televisión y menos para disputarlos. Quien sí disfrutaba jugando aun era Nicoleta (25 años), una joven rumana que jugaba de igual a igual con sus amigos masculinos.
Muchos buenos aficionados también circulaban aquella mañana en los trenes siniestrados. La grada del Calderón nunca volvió a tener la presencia de Roberto (31 años), que aquella mañana decidió acompañar a su mujer al trabajo, o la de Ana Isabel (43 años) una inquieta maestra tan aficionada al Atleti como a todo lo relacionado con el mundo árabe.
También buenos futboleros eran Miguel Antonio (28 años), de quien sus conocidos destacan su buen sentido del humor, Abel (27 años) quien precisamente cumplía años el 11 de Marzo, Ángel (61 años) que era el encargado de llevar a sus nietos a clases de fútbol o Enrique (29 años) fallecido en Atocha por la segunda explosión de un tren tras tratar de ayudar a las víctimas de la primera.
Buenos madridistas eran Sam (42 años) que aun daba algunas patadillas al balón y que no fallaba nunca a la cita cuando se trataba de ver los partidos del club merengue con sus amigos, Óscar (24 años) que tenía su habitación llena de posters y bufandas de su Real Madrid o Jorge (22 años) que cumplió el deseo alguna vez expresado entre bromas a amigos y familiares de ser enterrado con la camiseta de Zidane.

Seguramente eufóricos por haber visto la noche antes desde las gradas del Bernabéu al Real Madrid eliminar al Bayern en octavos de final de la Champions estarían aquella mañana Miguel Ángel (34 años) o Florencio (50 años), que tras haber visto a Zizou decidir aquella eliminatoria aprovechando un balón suelto en el área de Kahn, tenía otro motivo de celebración, ya que aquel jueves 11 era el cumpleaños de su esposa. El caso de Juan Miguel (53 años) es especialmente desafortunado, ya que nunca cogía el tren, pero el día antes decidió dejar el coche en Barajas, donde trabajaba, para poder acudir más cómodamente en Metro al Bernabéu.
Rafael (66 años) y Juan (28 años) también cambiaron sus hábitos por el partido de la noche antes. Rafael habitualmente quedaba con su novia los miércoles y viajaban juntos a Madrid el jueves. Por ver el partido por televisión el día anterior cambiaron la cita y se vio sumido en la tragedia. Juan pasó la noche en casa de su novia tras haber disfrutado del partido y de una opípara cena, por ello decidió acompañarla a trabajar a la mañana siguiente antes de regresar a su casa.
Florencio (60 años) y Petrica (34 años) también vieron el partido por televisión el día anterior. Florencio cogió el tren porque aquel día salió más tarde de casa, ya que normalmente iba en coche con su cuñado. Petrica acababa de volver a casa con su novia y su hermano tras pasar una temporada fuera de Madrid trabajando, para celebrarlo se reunieron a ver el partido y tomar algo en casa.
Son 26 personas normales que se vieron imbuídas por el esperpento de una barbaridad inimaginable, como las otras 165 que perdieron la vida aquel día, como tu y como yo.