El viento movía los árboles como si fuera un director de orquesta y la lluvia dificultaba el acceso a la carretera que conducía al viejo cementerio. Ante tal escenario, Maira dudò seriamente si acudir a la ineludible cita de cada mes de noviembre. Aunque las dudas se disiparon pronto cuando vio a su hija jugando con aquel viejo balón que en su día le regaló su madre.
Con la pequeña fue testiga en directo, desde el ordenador, cómo Aitana Bonmatí era nombrada mejor jugadora del mundo. Curiosamente, ambas llevaban la camiseta de Alexia Putellas. Fue la niña la que insistió en ir a visitar a la abuela. Aunque fue Maira la responsable de que la infantil Ana diera sus primeras patadas a un balón de fútbol, fue la abuela Rosario la culpable de que la nieta amara este deporte. Sobre todo, mediante los colores del Sporting y del Betis. Ana tenia en su cuarto, invadido de peluches, casi todas las camisetas de ambos conjuntos. Entiéndase, desde que ella nació hasta la actualidad.

Afortunadamente, Maira y Ana aprovecharon que el tiempo hostil dio unos minutos de tregua para coger el coche y visitar a Rosario. Por el camino Ana tenìa en duda cuál camiseta ofrecer a su abuela. Gracias a Maira, tenia dos camisetas de aquella final de Copa del Rey ganada al Valencia en Sevilla. Maira las logró tras mucho esfuerzo y grito en el campo. Ana pensó que era demasiado que ella tuviera dos y su abuela ninguna. Maira no dejó que se llevara la camiseta que lució su abuelo en la cantera del conjunto asturiano. Tardó Ana en comprender que , al ser mayor, quizás quisiera tenerla en su casa a buen recaudo. La segunda opción era su camiseta del equipo del colegio.
El cementerio ya se divisaba a lo lejos de la carretera y el hilo musical elegido por Maira cumplía con su función de, en la medida de lo posible, robar tristeza al momento. Ana tomó la decisión de que pronto tendría que elegir y debía salir del coche con una camiseta bien guardada en su pequeña mochila. En pequeñas dosis, pero estaba un poco agobiada. Maira consiguió con gran esfuerzo animar a su hija a base de clásicos juegos de carretera para entretener a los niños. También tuvo algo que ver la promesa de un bollo para merendar cuando regresaran a casa. Normalmente, estaban reservados para cumpleaños y ocasiones similares.
Llegó el turno de la paciencia cuando tuvieron que aparcar y poder bajar del vehículo. Como es habitual, el cementerio estaba lleno de gente esperando para poder saludar y hablar con sus seres queridos. Ana al ver al gentío no pudo reprimir preguntar a Maira si aquellos desconocidos con flores iba a ver también a la abuela Rosario. Maira tuvo que aguantarse las ganas de reír ante la ocurrencia. Finalmente, llegaron ante la abuela Rosario. Maira deposito unas flores, adquiridas en la entrada, con sumo cuidado. Puso al día a su madre mientras limpiaba la lapida y retiraba hojas secas. La lluvia no parecía ceder en su empeño.
Por su parte, Ana no dijo nada. Miraba la foto circular de su abuela sonriendo, atrapada en la piedra. Lentamente, abría su mochila. Apuraba la toma de la decisión que la puso tan nerviosa en el coche. Maira esperaba paciente detrás de su hija. En el mismo momento en que se disponía a decir a Ana que tenía que decidir, la niña recordó en su escasa memoria las tardes con Rosario, los goles cantados juntas en el estadio y las tardes de merienda y juegos. En ese precisó momento, lo tuvo claro. Mientras Maira y Ana regresaban a casa un primero de noviembre, la lluvia por respeto dejo de caer e impedir que se mojaran una camiseta del Betis y otra de fútbol escolar.
Y apropiado relato para estas fechas en las que recorda,hablar y dejar vagar los recuerdos que en nuestra memoria y sentimientos dejaron nuestros seres queridos,y que en el Sevilla sabemos que se encuentran en el tercer anillo de nuestro estadio.
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