Como todos los años, llega la final de la Copa del Rey y llega la misma polémica de temporadas pasadas: ¿dónde se jugará la final? Esto, que en principio debería ser un honor para cualquier equipo de Primera División, se ha convertido en un calvario del que muchos huyen, lo cual ya de por sí es triste. Pero más triste es aún oír y leer el cúmulo de tonterías y comentarios hipócritas que salpicarán los medios de comunicación durante los próximos días.
La génesis del problema radica, casi siempre, en que uno de los dos finalistas sea el F.C. Barcelona. Si a ello le sumas otro grande y polémico -políticamente hablando-, como es el Athletic de Bilbao, la sopa está servida, pero no nos engañemos. Si la final hubiese sido Villarreal-Athletic de Bilbao, no creo que el Real Madrid se hubiera resistido a que el Santiago Bernabéu fuera la sede la finalísima.
¿Cuál es el problema? Aparcaré por unas líneas la cínica polémica de los himnos y me centraré en la raíz única del problema. Ningún madridista, empezando por su endiosado presidente, quiere ver al Barcelona ganar otra Copa del Rey en el Bernabéu. No quieren vueltas olímpicas, no quieren a Bartomeu en el palco eufórico, no quieren a Luis Enrique liándola parda. Esa es la verdad.

Algunos periodistas, de sospechoso tono merengue, dicen que hay que entender esta postura, que el Bernabéu no es de Florentino, si no de todos los socios, y que por lo tanto, habría que preguntar a los socios que quieren hacer al respecto. Y ese referéndum, encuesta o lo que sea sabemos ya como acabaría. Bien, el Madrid no consulta con sus socios NINGUNA de las acciones que hacen en el Bernabéu fuera aparte de los partidos de competiciones oficiales. No les preguntan por los amistosos, no les preguntan por los conciertos, no les preguntan por el uso de los palcos VIP…
Uno espera que cuando se trata con personas adultas, se comporten como tal. Pero resulta que no. Que a pesar de su edad -como diría mi padre, alguno de esos dirigentes ya es “lanterillo”- se siguen comportando como niños de 8 años. “La pelota es mía y no te dejo jugar con ella porque no me caes bien”. Y de ahí no les sacas. Es lo que hay. Bueno, eso, y alguna bellota que se les cae de la cabeza alrededor suyo…
Pero tampoco seamos más hipócritas de los estrictamente necesario. Ahora escucharemos a Bartomeu y Urrutia decir que ellos esperaban más del Madrid y todas esas cosas, que si el aforo, que si no sé que. Pero si uno de los finalistas fuese el Madrid, ni Bartomeu ni Urrutia cederían sus campos.
Tampoco lo cedería el Barcelona para una final con el Espanyol de convidado, ni San Mames con la Real Sociedad. No se podría jugar una final en el Sanchez Pizjuán si un finalista fuese el Betis ni en el Benito Villamarín si fuera el Sevilla. ¿O podría jugarse una final de Copa Celta-Athletic en Riazor? ¿Y una Depor-At. Madrid en Balaídos? No sé si me estoy explicando. Cuando estas en el lado de la línea que están ahora Florentino, por una parte, y Bartomeu por otro, toca decir lo que toca decir. Pero si cambiáramos los papeles, no se espere nadie ese fair play ni ese seny por parte del Barcelona.
Luego llega la segunda parte de la película. Como oficialmente, el Real Madrid no quiere reconocer -y no lo hará- que esa es la razón, hay que buscar otra. Y claro, cuando los finalistas son los de este año, la excusa está a huevo. La previsible y esperada pitada al himno por parte de las dos aficiones. “No nos gusta que piten el himno nacional en el Santiago Bernabéu ni que humillen al Rey Felipe VI de esa manera”. Y quedan como Dios. Pero tampoco me engañan.
De entrada, tengo que decir que los pitos, sean de donde sean y contra quien sean, me parecen una falta de respeto enorme, y lo que sucede en las finales de copa donde uno o los dos finalistas son estos equipos no me gusta un pelo. Pero esta polémica es más falsa que una moneda de 3 euros y permitirá a todo el mundo retratarse de perfil, que es lo que quieren.

Ahora toca oír a Bartomeu decir aquello de que hay que respetar la libertad de expresión de la gente, que no se le puede poner un bozal a 35.000 personas y todas esas cosas. A los madridistas, ultrapatriotas y no tan ultras, que es una falta de respeto, que el himno representa a todos, bla, bla, bla.
¿Pero que sucedería si en una hipotética final Real Madrid-At. Madrid en el Nou Camp o en Cornellà sonara “Els segadors”? ¿Pitarían los hinchas de estos equipos el himno catalán? Con absoluta seguridad, sí. ¿Se sentirían molestos los catalanes porque vienen a mi casa a pitar mi himno nacional? Con absoluta seguridad, sí.
No puede ser que pidas respetar la libertad de expresión cuando con los papeles invertidos, y a veces ha pasado esto, la libertad de expresión se haya convertido en una falta de respeto intolerable e inadmisible. No puede ser que pidas, exijas y reclames respeto hacia el himno de España, y luego tu, a la primera oportunidad, te limpies el culo con ese mismo respeto que pedías, exigías y reclamabas si el himno es otro.
Pero este país es lo que es. Y sus habitantes somos lo que somos. Somos más españoles si faltamos al respeto adecuadamente a los catalanes en cuanto se puede -esos cánticos que pueden escucharse en el Bernabéu o el Calderón cuando viene el Barcelona…-, olvidando que una cosa es animar a tu equipo y otra insultar a millones de personas por haber nacido donde han nacido. Y somos más catalanes -que no es mi caso, nacido en Toledo- si pito el himno nacional siempre que puedo, me cago en las instituciones del Estado o uso el gentilicio “español” como afrenta e insulto.
Somos un país de pandereta, de chiste, de coña. Somos un país infantil, en el peor sentido del término, noño, memo y blando. Somos un país cínico e hipócrita. Somos lo que somos.