El fútbol va más allá de un simple juego, es algo que no es fácil de explicar. Durante 90 minutos, la vorágine del día a día se evapora para dar paso a una concatenación de sentimientos y emociones entorno a un balón.
Hace frío, el frío propio del incipiente invierno argentino. Nos encontramos en la tarde del 25 de junio de 1978. Entre las 70.000 almas presentes en el estadio Monumental hay un joven de 25 años que se encuentra tras la portería defendida por Ubaldo Fillol.
Nuestro protagonista, como el resto de la nación, está ansioso porque el árbitro italiano Sergio Gonella certifique la sentencia holandesa.
Ahí está él, Víctor Dell’Aquila, agarrándose a esa vida que a los 12 años temió perder tras sufrir la amputación de sus dos brazos debido a un accidente con un poste de electricidad.
Yo le dije al médico, ‘¿para qué me dejás vivir?’, y el médico me respondió ‘nene, vos le tenés que devolver la vida a tu vieja’.»
Víctor Dell’Aquila
Los goles de «el matador» Mario Kempes obraron el triunfo. Ya era oficial, Argentina se coronaba campeona del mundo. Enfundarse con orgullo la albiceleste tendría a partir de ese momento un razón más.
El bueno de Víctor no se le piensa dos veces. Salta al terreno de juego a compartir su felicidad. Busca a algún jugador de Boca y encuentra a Fillol, rodillas en el césped y lágrimas en el rostro. Dell’Aquila se dirige hacia él pero llega antes Daniel Bertoni, fundiéndose en un abrazo.
Junto a ellos, las mangas vacías del jersey de aquel muchacho se fueron hacia delante, y abrazaron a su manera a los dos jugadores que no paraban de llorar.
La cámara de Ricardo Alfieri logró captar una instantánea que refleja lo que nadie debería olvidar, los verdaderos abrazos son aquellos que salen directamente…del alma.

Tremenda historia. Por momentos como estos me encanta el fútbol!!
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