Hace poco llegó a mis oídos la noticia de un partido de fútbol-7 de categoría alevín en el que el Aznalcázar Atlético venció por 53-0 a su rival, el Palomares Junior, en el Campeonato de Liga del Grupo 2 de la 4ª División andaluza (Sevilla). Según las informaciones publicadas por medios como el Diario ABC o el Diario Sur, tan abultada derrota provocó que el equipo perdedor se retirara de la competición de Liga.

La retirada del Palomares Junior conllevó la imposición de una multa a dicho equipo, así como, en caso de participar en la próxima temporada en la competición de Liga, el que se le imposibilite ascender de categoría aunque obtuviera la clasificación necesaria para ello.
Este abultado resultado tuvo además unas duras consecuencias para el equipo ganador, el Aznalcázar Atlético. Según las informaciones referidas, este conjunto fue objeto de diferentes reproches por su excesivo afán competitivo: el Colegio Andaluz de Entrenadores amonestó al equipo ganador, habiendo requerido la Delegación Sevillana de la Federación Andaluza de Fútbol que tal club fuera sancionado.
Cabe aclarar que ambos clubes se preocuparon por aclarar que el Palomares Junior se retiró de la competición por la falta de jugadores y no debido al resultado del partido jugado contra el Aznalcázar Atlético; en este sentido, puede señalarse que el Palomares Junior alineó tan solo seis jugadores en el partido que perdió por 53 goles de diferencia.
En cualquier caso entiendo que esta historia bien puede servir para realizar una profunda reflexión sobre cuál es el papel que juega el “deporte rey” en la educación de los niños. Actuaciones como la relatada deben hacer que nos preguntemos qué mueve a un adulto a inscribir a su hijo en un equipo de fútbol: ¿su educación o el convertirlo en un “depredador deportivo”? En mi opinión, el fútbol en categorías tan tempranas debe consistir en una forma más de educación, obviando en cierta manera, el carácter competitivo de dicho deporte.