—¿En qué gastaste tus primeros ahorros?
—Me compré una cama, estaba harto de dormir en el suelo.
Analizando la respuesta, se puede adivinar la humilde procedencia de Antonio “Chipi” Barijho. Aprendiendo a sobrevivir como fuese, se fue curtiendo a base de pelea y goles en las calles de Buenos Aires, hasta convertirse en jugador de Huracán a la temprana edad de 16 años. La camiseta del popular “Globo”, como se conoce al club en todo el país argentino, ya la habían vestido lustres como Stábile, Di Stéfano, Néstor Rossi o Ardiles, entre muchos otros futbolistas. Pero aquello no amilanó a Barijho, que siguió forjando su trayectoria como delantero hasta que Bianchi recomendó su fichaje por Boca Juniors.
Con el equipo de la franja amarilla llegó a cosechar triunfos en campeonatos de máximo nivel, como torneos Apertura o Clausura, Copas Libertadores o Copas Intercontinentales.
Incluso intentó probar suerte en el continente europeo, aunque su experiencia fue muy corta al militar una temporada en el Grasshopper y otro año en el Saturn de Rusia. Pero antes de eso, protagonizó dos accidentados episodios en el viejo continente.
En agosto de 1999, durante un partido amistoso en Alicante ante el Barcelona, el fornido atacante argentino anotó el gol de la victoria (2-3), aunque, más llamativo que el propio tanto, fue el hecho que ocurrió en el transcurso de la jugada. En un forcejeo con el defensa azulgrana Winston Bogarde, el holandés cayó al suelo con aparentes gestos de dolor.
Ajeno a todo aquello, Barijho se agachó para coger algo del césped y tirarlo luego a su propio banquillo. Se trataba de un collar de oro de Bogarde, que seguía palpándose el cuello echando de menos la cadena.
El delantero argentino declaró más adelante que aún conservaba en su poder el valioso colgante. “Es un trofeo de guerra”, comentaba jocosamente.

Dos años más tarde, la Roma quiso celebrar el título conseguido en la liga italiana jugando un partido amistoso con el también campeón argentino Boca Juniors, donde aún militaba el Chipi. En el club italiano, donde acababa de debutar un juvenil llamado Antonio Cassano, jugaban figuras como Totti, Balbo o Batistuta. Todo apuntaba a una fiesta del fútbol, con la victoria final de los italianos por tres goles a uno, pero nadie quiso festejar nada.
El equipo romano se había hecho aquel verano con los servicios, por diez millones de euros, de un prometedor jugador de Costa de Marfil, procedente de la Fiorentina: Saliou Lassissi, al que ya comenzaban a denominar como el nuevo Thuram.
Lassissi saltó al campo en el minuto 58. Lo que no podía imaginar era que aquel día lo recordaría toda la vida, aunque no por un buen motivo. Dos minutos más tarde, Antonio Barijho presionó al defensor marfileño con la mala suerte de trastabillar para caer encima de la pierna izquierda del joven jugador.
En aquella desgraciada jugada, no solo quedaron fracturados tibia y peroné de Lassissi. También se cercenaron para siempre el futuro y los sueños del africano, que jamás llegó a recuperarse del todo de tan grave lesión.
Dolorido, el defensa se retorcía en el suelo. Curiosamente, las ilusiones del futbolista acabaron desparramadas en el suelo, donde Antonio Barijho comenzó a cincelar las suyas durante las primeras noches de su periplo futbolístico.
¡Hay las historias del fútbol ¡Y cuanto hay que buscar y leer para conocerlas y luego poderlas unir en bonitos relatos para nuestro deleite.
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