Todas las grandes ligas europeas han vivido momentos de dominio absoluto por parte de uno de sus clubes. Parece que tuviéramos que agradecer nuestra alternancia patria entre F.C. Barcelona y Real Madrid, con permiso del Atlético de Madrid, cuando acudimos a otros de los grandes torneos domésticos. El caso más apabullante, de récord, es el del Bayern de Múnich en Alemania, con once entorchados seguidos. ¡Cuánto han cambiado nuestras vidas desde 2012! Cerca estuvo la Juventus de igualar la marca, pero se quedó en nueve. Grandes rachas ganadoras que marcaron el fútbol contemporáneo y épocas de nuestra pasión por el balompié.
En este cuadro de honor podríamos situar, sin duda, al Olympique de Lyon. Porque, aunque muchos jóvenes descubrieran la Ligue 1 cuando el poderío catarí desembarcó en París, antes del PSG de los Neymar, Mbappé o Messi, eran los de Rhone Alpes quienes reventaban el torneo francés año a año. Era el OL de Toulalan, Govou, Wiltord, el primer Benzema o el gran Coupet bajo palos. Pero, sobre todo, el de un jugador atípico, el irrepetible Juninho Pernambucano. Un antihéroe de marcadas ojeras, poca magia brasileña, pero el mejor golpeo de faltas que ha visto nunca el deporte rey. Un recuerdo cada vez más lejano en un club que parece condenado a una caída libre cuyo suelo puede llegar está temporada.
Perder la esencia
Aunque Jean Michel Aulas y si equipo de directivos lyoneses creyesen que un club de fútbol puede manejarse cual empresa de bolsa, nunca hay que obviar el sentimiento, la mística, que rodea este deporte. Por eso hay economistas que huyen de la inclusión de entidades deportivas en el parqué arguyendo la relevancia del efecto lunes. O lo que es lo mismo, si la pelota no entra, los valores bursátiles bajan al ritmo de los puestos en la tabla. Pero el momento clave llegó el pasado 2022 cuando el mítico presidente Aulas, azuzado por la crisis cinematográfica en la que están inmersos los históricos socios de Pathé, no dudó a la hora de vender el club al capital americano. A cambio, de los tres años de presidencia que le habían prometido los nuevos dueños, apenas le permitieron cumplir uno.

Pero no sólo la marcha forzada del gran artífice en la gestión del mayor éxito del fútbol moderno francés, ha provocado alteraciones en el ADN del legendario OL. Los más románticos localizan uno de los errores estructurales de la caída lyonesa en la mudanza siete años atrás al espectacular, a la par que impersonal, actual estadio. Si el fútbol es un estado de ánimo, como propugnaba Valdano, cambiar de casa debe influir. Abandonar el espíritu del viejo Gerland, feo pero cariñoso, cercano a la ciudad, por un estadio moderno más. ¿Dónde queda lo atractivo de lo humilde cuando se convierte en ínfula? Eso debería haberse preguntado la planta noble de les dones antes de potenciar la infraestructura, no sólo material sino también departamental, y no el alma del septenio dorado.
Cuando falla la cartera…
Es lógico que los de Lyon no puedan competir con el gigante en el que se ha convertido el megamillonario Paris Saint-Germain pero su sitio nunca debería estar en posiciones como la octava o la séptima, cosechadas en los dos últimos cursos, y que le han privado de disputar competición europea. Mucho menos en la 17ª que ocupan actualmente con un nefasto arranque en el que sólo han sumado dos empates en seis jornadas. Un desastre causado, entre otros factores, por la nefasta dirección deportiva de Juninho. Aunque su labor ha estado marcada por la premisa de hacer dinero por encima de todo.
El balance en fichajes es de 330 millones de ingresos por 110 de gastos desde el Covid-19. Esto ha venido marcado por la venta de estrellas como Bruno, Paquetá o, este mismo año, Barcola, y la llegada de jugadores modestos como Jeffinho o Paul Akoukou, que han acabado devaluando el plantel. Este último caso es el más llamativo del pasado mercado de traspasos. Los franceses llegaron a Sevilla con el firme convencimiento de apostar fuerte por Guido Rodríguez, pivote titular del Betis y un fijo con la Argentina de Scaloni. Sin embargo, se acabaron llevando a Paul, muy suplente del argentino y por el que no se esperaba ni por asomo obtener 3 millones en el Villamarín.
… Y la cantera
La gran baza del potencial del Olympique Lyonnais siempre ha sido su cantera. Por la academia lyonesa han pasado grandes jugadores que han poblado los mejores equipos del orbe futbolístico. De hecho, un estudio de hace aproximadamente una década, la situaba como la segunda cantera que más jugadores proporcionaba a las grandes ligas europeas, sólo detrás de la del F.C. Barcelona. En su hall of fame podemos encontrar estrellas a la altura de Raymond Domenech, Ludovic Giuly, Karim Benzema o Nabil Fekir. Éstos son sólo algunos de los ejemplos de los jugadores que explotaron en Gerland para acabar en un grande.

Sin embargo, en los últimos años, los máximos exponentes de este centro de formación, pese a haber protagonizado ventas relevantes, como Barcola (45M€) o Lukeba (30M€), apenas han conseguido trascender. Y aunque muchos sean actualmente titulares, como Diomande, Caqueret o los repatriados Lacazette o Tolisso, no están a la altura de los cracks que vistieron la camiseta blanca. Sólo hay que ver la evolución de una figura recurrente en la trayectoria del fútbol base lionés, el mediapunta creativo, que ha pasado de Fekir a Aouar, ahora en la Roma, y ahora a Cherki en un claro bajón de nivel paulatino.
Una plaza difícil
La deriva de resultados en la que se encuentra sumido un club que hace poco más de una década campeonaba casi por inercia también ha dificultado mucho la continuidad en su banquillo. La era Juninho comenzó con mal pie dándole el cargo a su excompañero Sylvinho, que apenas duró tres meses al mando. Luego llegó el muy discutido Rudi Garcia, que se libró de la quema en su primer año gracias a la pandemia, que cercenó la competición francesa antes de tiempo. En el segundo curso consiguió un meritorio cuarto puesto, lo que le valió para irse con orgullo, pues no quería seguir trabajando con el pernambucano. Después sería Peter Bosz, con gran cartel en Alemania, el que ocuparía el banquillo lyonés. Tras una campaña discreta, acabaron octavos, y pocos partidos de la siguiente, el holandés fue destituido.
De ahí, se pasó a Laurent Blanc, al que se le encomendó reflotar al equipo. Sin embargo, los primeros meses no fueron buenos y para cuando supo cogerle el pulso al equipo, realizando una notable segunda vuelta, ya era demasiado tarde y les lions volvieron a quedarse fuera de Europa. No obstante, su experiencia le valió un matchball para comenzar la presente temporada. Oportunidad que caducó en el momento en el que con cuatro jornadas disputadas apenas había sido capaz de obtener un punto, el cosechado en Niza. Así llegamos al inquilino actual del peliagudo banquillo del OL, el exjugador Fabio Grosso, cuya experiencia se limita a 26 partidos entrenados en la élite. Una apuesta arriesgada, una vez más, de Juninho para un club que ha pasado de imponer miedo a sus rivales en Europa a luchar por la permanencia.
Es un ejemplo paradigmático de la importancia de la gestión y del error en la política deportiva,olvidando ese valor difícil de analizar y cuantificar de los sentimientos en el aficionado y el poder de la cantera,no ya a nivel económico,que también,sino en la fidelizacion del jugador por sus colores, incluso cuando ya no pertenezca al club,y mantenga lazos afectivos que puedan hasta posibilitar su vuelta cuando aún pueda rendir a nivel competitivo y mejorar la atmósfera del vestuario y elevar el compromiso del resto de jugadores y el ánimo de la afición.
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