En 1992 se celebró la Eurocopa de Naciones de Suecia. Y, precisamente esta semana pasada, estaba inmerso en una interesante tertulia, con los amigos de toda la vida, en la que recordábamos el fútbol de antes, incluida esa Eurocopa, y la recordábamos como un deporte, sospechando, y mucho, que todo aquello quedó atrás para no volver, incluida la adjetivación del sustantivo, porque hoy, en el fútbol, el deporte no lo encontramos por ningún lado.
Y dentro de esos recuerdos del deporte nos acordábamos de las gestas de los equipos menos poderosos de aquellos años finales de los 80 y década de los 90 en los que viví mis últimos años de niñez y comencé el camino de la adolescencia.
Tuvimos buenas palabras para el Tenerife de Valdano, recordando alguna épica eliminatoria de la Copa de la UEFA en la que Agustín, legendario portero de esos que usaban pantalón largo (aunque él lo alternaba con las calzonas) se lesionó en los minutos finales de una eliminatoria frente al Auxerre francés y se puso de portero Pier Luigi Cherubino. O del Súper Depor, del Celta del zar Alexander Mostovoi o la mítica final del Alavés de Mané. Pero algo se ha perdido en el fútbol moderno.

Yo decía medio en broma, medio en serio, que quizás en este período, algunos de los que somos aficionados a equipos que han sido campeones hemos perdido ilusión o hambre. Pero pronto me lo rebatieron y no puedo estar más de acuerdo. No es una percepción personal, el espectáculo en el que se ha convertido el fútbol no tiene en las aficiones a un cómplice, sino que, en la mayoría de los casos, somos un escollo que superar, en su carrera por sacar el máximo beneficio económico. Pero dejemos el negocio y volvamos al deporte.
Una de las gestas más sonadas de los años 90, y yo diría que de la historia del fútbol, se produjo en la Eurocopa de Suecia de 1992. Su protagonista, una buena selección cuyos integrantes estaban de vacaciones. Ya saben, playa, yates y mojitos. Dinamarca no se había clasificado para la Fase Final de la Eurocopa. La selección clasificada había sido la representante de la hoy extinta Yugoslavia. Sin embargo, el conflicto bélico que se inició en los Balcanes en 1991 provocó la sanción que abrió las puertas a la selección danesa. O, en concreto, a los daneses que quisieron.
La principal estrella del fútbol danés se negó a acudir a la cita de selecciones. Michael Laudrup, según se cuenta, decidió que para las pocas opciones que tenía su equipo, mejor no interrumpir su periodo estival. Lo cierto es que los hermanos Laudrup habían abandonado la selección por desavenencias con el seleccionador, demasiado defensivo a su entender, Moller Nielsen. Pero otros sí lo hicieron, de hecho, era un buen equipo que tenía a una estrella en ciernes en la portería: Peter Schmeichel. Y como tal ejerció. Junto con el arquero del Manchester United, que a finales de ese año de 1992 sería proclamado mejor portero del mundo, otros ilustres de la selección del estado de la península de Jutlandia: el hermanísimo Brian Laudrup, que para esta cita sí se apuntó, Povlsen, Larsen o Vilfort.
Todos ellos y unos cuantos más acudieron a la llamada del seleccionador, ya fallecido, Richard Moller Nielsen y se dirigieron al país vecino, Suecia. En aquella época, las fases finales las jugaban tan solo ocho selecciones que quedaban divididas en dos grupos de cuatro.
El grupo A estaba compuesto por la anfitriona Suecia del histórico Tomas Brolin, la Francia de Jean Pierre Papin y la Inglaterra de David Platt. El grupo B lo conformaban la campeona de Europa, Holanda, con Gullit, Van Basten, Bergkamp, Koeman o Rijkaard, la campeona del mundo, Alemania, con jugadores como Sammer, Effemberg o Klinsmann, Escocia y lo que en aquella época era conocido como la CEI (Comunidad de Estados Independientes) que representaban a la antigua URSS.

Muy pronto Dinamarca se empeñó en darle la razón a Michael Laudrup y sus dos primeros resultados fueron un empate a cero con Inglaterra y la derrota, por 1 a 0 contra la anfitriona, con gol de Brolin. Dinamarca estaba contra las cuerdas y se la jugaba frente a Francia en la última jornada de la fase de grupos. Comenzó bien el encuentro con un tanto en el minuto 8 que no fue empatado hasta el minuto 60 por Papin. En el minuto 78 Elstrup consiguió el 1-2 y se obraba el milagro. El grupo de las vacaciones se metía en las semifinales.
Se jugarían la final ante una claramente favorita Holanda. Recuerdo mis sensaciones de entonces. Hasta aquel momento, la clasificación de Dinamarca no era más que algo anecdótico. Se les daba mayor importancia a los batacazos de Francia e Inglaterra ya que las dos clasificadas fueron las selecciones nórdicas.
En el partido de semifinales yo iba con Holanda, que era una selección espectacular. Como yo, el resto del mundo. Y del universo. Pero Dinamarca maniató a Holanda, que no jugó un buen partido. Dinamarca se adelantó dos veces en el partido, 1-0 y 2-1, pero Rijkaard empataba a dos el encuentro en el minuto 86. Recuerdo que en la prórroga Dinamarca ya no podía más. Estaban agotados y la calidad de Holanda se imponía claramente. Fue entonces cuando surgió la figura de Peter Schmeichel parando un disparo a bocajarro de Bryan Roy y, posteriormente, en la tanda de penaltis, parándole el decisivo al gran Marco Van Basten.
Ahora sí la sorpresa toma una dimensión importante, el 22 de junio de 1992, cuando los niños de Sevilla pisaban un día sí y otro también el recinto de la Isla de La Cartuja con motivo de la Expo 92, algunos enraizábamos con la parte bonita del fútbol, la de las gestas y hechos históricos porque ese segundo día de verano unos señores con más ganas de tomar el sol que otra cosa, daban el penúltimo paso para entrar en la historia. Yo no podía creerme que Holanda, la que yo pensaba que era la favorita, y que ya había ganado a Alemania 3 a 1 en la fase de grupos casi sin despeinarse, pudiera haberse quedado fuera. Pero rápidamente tomé simpatía por Dinamarca. Iría con ellos en la final.

En la otra semifinal Alemania había vencido 3 a 2 a Suecia y, a pesar de contar con algunas bajas, también se presentaba como favorita para alzarse con el campeonato ahora que Holanda estaba fuera. Pero estaban avisados. Dinamarca era mucho más que un grupo de futbolistas despreocupados y sin presión.
Y tanto que lo fueron. Apenas permitieron que hubiese historia en la final. Un gol de Jensen en el minuto 18 y otro de Vilfort en el 78 acabaron con una desquiciada Alemania. En el once ideal de aquel europeo solo cupieron ilustres: Peter Schmeichel, Jocelyn Angloma, Andreas Brehme, Laurent Blanc, Jurgen Kohler, Ruud Gullit, Stefan Effenberg, Thomas Hassler, Marco van Basten, Dennis Bergkamp y Brian Laudrup.
Esta de Dinamarca es la primera gesta que recuerdo. Hasta entonces, en los campeonatos que un chico como yo, cosecha del 79, lograba recordar, las Eurocopas las habían ganado Francia, en el 84, con infaustos recuerdos para España, y Holanda en el 88. Los Mundiales, Argentina en el 86 y Alemania en el 90, siempre equipos favoritos. Pero Dinamarca me hizo ver el fútbol de otra manera, me hizo creer que no siempre ganan los destinados a hacerlo, que hay rebeldes que pueden salirse con la suya y que, cuando el deporte es deporte, siempre tiene cabida la sorpresa.
Yo ya estaba muy convencido de lo que me gustaba el fútbol para entonces, pero, encima, increíblemente, el 22 de septiembre de ese 1992, el Sevilla incorpora a sus filas a un tal Diego Armando Maradona. Como para ir a la Expo estaba yo…