Los 2000 kilómetros que separan Liverpool de Roma ayer estuvieron más cerca que nunca. El color de sus camisetas se confundió en un remolino de fútbol que atrapó al F.C.Barcelona. Otra vez. Un año después. Y cuando quisieron darse cuenta, la herida todavía estaba allí.
Es complicado asumir que te han levantado una diferencia de 3 goles. Es complicado comprender qué ha ocurrido. Mismo equipo. Mismo entrenador. El cuarto gol resume la falta de mentalidad y tensión de unos jugadores profesionales y que se presuponen curtidos en mil batallas. Alexander-Arnold, con apenas 20 años, un semidesconocido que empieza en esto del fútbol de primer nivel, humilla a los Piqué, Busquets, Rakitic, Sergi Roberto, Jordi Alba (menuda noche), y regala desde el córner un gol hecho al también joven y semidesconocido Origi. El belga en el centro del área. Solo. Abandonado. Nada más tuvo que empujar el balón. La defensa, todos de espalda. Nadie en el primer palo. El Liverpool toca la gloria. El Barça cae a los infiernos.
He leído muchas opiniones desde ese momento. Las redes sociales son una marabunta. Es un río de lava imparable. Todo el mundo es entrenador. Y visionario. Y especialista. Y crítico a la vez. Hay burlas. Hay soluciones inventivas. O simplemente hay desahogos. Los nombres señalados están claros.
El primero Valverde, al que se le acusa de no tener nivel, de no saber plantear partidos importantes, que la Champions se le queda grande, y la Liga, esa competición tan devaluada que parece que no tiene mucho mérito lograrla (excepto si la gana algún equipo que no sea el Barça, que entonces es un éxito) la puede ganar solo con Messi.
El segundo nombre que más suena es Coutinho, aquel brasileño que puso contra las cuerdas a su propio club para llegar a Barcelona, que se pagó una millonada por él, que se le quiso durante su primera media temporada cuando marcaba goles por la escuadra, y que ahora se le odia y se le silba porque nadie sabe qué le ha pasado. Está lento, no regatea, no combina, no encara, no se muestra, es torpe con el balón, no chuta, no marca.

Luego ya viene Arturo Vidal, aunque su caso es paradójico. Por un lado se le reconoce la entrega y sus capacidades para sostener el equipo. Por el otro, se le critica que en ocasiones su fútbol puede chirriar, que no encaja, que es una presencia extraña en el imaginario del fútbol estilo Barça. Lo comparan con Arthur y su trato del balón, sus caracoleos, sus pases horizontales.
Y tras ellos, el núcleo duro del equipo, que va añadiendo años a su currículum. Los viejos rockeros. Las vacas sagradas. La columna vertebral. Los que viven por encima de los demás. Los que están de vuelta de todo y quedan retratados en un córner. Piqué y Luis Suárez con 32 años. Iván Rakitic con 31. Jordi Alba y Sergio Busquets con 30.
Yo no sé qué se puede hacer. No sé cuál es la solución. Ni me atrevería a darla. El banquillo del F.C.Barcelona debe ser el que más quema en esto del fútbol. Hay que hacer malabares con el pasado, el presente y el futuro. No puedes dejar a un lado la esencia, la marca propia del fútbol que le ha llevado a donde ha llegado, jugando bien, de fábula, con posesión, sin dejar que el otro toque el balón, con combinación, verticales, llevando el balón a la portería contraria, presionando arriba sin descanso, marcando goles y más goles, teniendo siempre las piezas adecuadas para que eso pueda llevarse a cabo. Pero tampoco puedes dejar de lado las siempre presentes urgencias de ganar títulos ahora y ya, todos los títulos, siempre, la Champions más, pero la Liga y la Copa, y el triplete y otro sextete. Y además también hay que mantener el legado y sacar cada año hornadas de herederos, que la Masía funcione y vuelvan a aparecer cuanto antes un Puyol, un Xavi, un Iniesta. Y todo eso con la presión de la prensa y la afición, analizando cada paso que das, corrigiéndote constantemente. Sí, es algo agobiante y que supongo que va en el sueldo.
A Valverde no le salió bien el plan habitual. Su idea de aguantar y confiar en la calidad de sus jugadores le ha llevado hasta aquí. Pero el vendaval inicial del Liverpool, brutal, demoledor, salvaje, lo tumbó de primeras. Se mantuvo lo que duraron las piernas de Vidal, quien se multiplicaba para tapar vías de agua roja, de cuchilladas certeras. El Barça se colgó de Ter Stegen, quien achicaba como podía, y de Messi, quien regaló goles a Coutinho, Suárez y Alba. Pero ahí estaba Alisson, otra vez Alisson, como en Roma. Luego vino la debacle con la entrada de Wijnaldum. Y el ridículo. Cuando desperté, el 4-0 ya estaba allí.