COVID y fútbol. Hoy únicamente pienso en estos dos términos. Cómo habremos quedado en la liguilla. Hoy jugaban los Cuartos de Final. Nunca habíamos llegado tan lejos. Me conformaré con vivirlo vía WhatsApp. La ventana sigue abierta. El aire de la calle ejerce sus labores de desinfección. Es el mejor defensa central. Mientras, de nuevo, tomo mi temperatura. La fiebre no ha logrado invadirme, pero sí un dolor de garganta persistente que se empeña en no dejarme. La tos y los estornudos casi se convierten en segunda lengua. El agua hace valer su condición de bien más preciado junto al paracetamol y las tibias infusiones con miel. Menudo marcaje.
Los filmes pendientes y las lecturas se transforman en las herramientas ideales para vivir en la habitación aislado del mundo. El ruido de vehículos y las voces me mantienen al tanto de los acontecimientos de la calle. Oigo cabreo en el bar de abajo, España no es que lo esté bordando contra Portugal precisamente. De nada sirve pensar en qué momento uno no tuvo la guardia al nivel que debiera. Hay que cuidarse y tener paciencia. Serán varios días. Los pomos pasados con el Sanitol. Se acaba acostumbrando uno a la rutina. Es cuestión de mentalidad. Los platos y vasos, los cubiertos fregados con agua tibia y jabón varias veces para estar seguro.
Por otro lado, las lavadoras en caliente. El calor, dicen, es aliado en volver a dar negativo en el famoso test. Qué desagradable manera de comprobar si se vuelve a estar sano. La varilla invasora en la nariz provoca estornudos. Cuesta mucho trabajo aguantarse las ganas hasta finalizar con los dos orificios nasales. Es como si quisieras robarte a ti mismo una idea sacándola por la nariz. Hacer a tu equipo un penalty. No todos tienen a Courtois de guardameta. Afortunadamente, COVID falla desde los once metros gracias a las vacunas. Qué fichajes.
Luego, según la marca, tienes que jugar a clases de física y química. Debes vaciar un líquido en un tubo, ahí debes introducir la varilla blanca invasora. Asegurar que se mezcla bien. Luego, cerrando el tubo, debes lograr que unas cuantas gotas caigan en la zona exacta de una placa que te indica si das positio o negativo. Amigo, pulso firme. Una gota de más, o de menos, y a repetir toda la invasión napia. Vamos, fallas un pase y te contragolpean. Pulso de cirujano. Nunca me he sentido tan cerca de un científico que con un test de antígenos de farmacia. Ni jugando a entender la gran cantidad de cifras en mi pantalla de ordenador cuando juego a algún mánager.

Llegando al final de este partido complicado, toca imaginar en qué lugar caerá la primera cerveza. Bien fría. Se acerca el verano. Mirar al mar con la rubia helada es un lujo. Siempre con cabeza. La mascarilla y el gel como compañeros de viaje no molestan. Buen banquillo. La noche se muestra rebelde. Pueden llegar a subir unas décimas de visita a tu cabeza y el cuerpo decide sentirse más cansado de lo habitual. Con control de la ingesta del medicamento oportuno, todo es más sencillo. Igual que la posesión de balón. En su justa medida. A la semana, toca jugar a los químicos otra vez. El partido de vuelta, toca remontar. Y no valen los goles marcados fuera. El COVID se encierra muy bien atrás.
Bonito artículo,lleno de metáforas futbolísticas y comparaciones ingeniosas y con la esperanza final del triunfo sobre un adversario duro y marrullero,y a celebrarlo como se merece.
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