Hace dos semanas me encontraba tranquilamente en el trabajo, concretamente en mi despacho, delante del ordenador portátil. Con la proximidad de las fechas navideñas el volumen en la oficina baja mucho y apenas me encontraba investigando varías vías que explorar para mis artículos de cara al próximo año 2023. Y también, cómo no, ojeando posibles encargos que encomendarle a los Reyes Magos.
Entonces recibí ese email.
El remitente del mismo era una dirección de correo totalmente impersonal hola1567870@gmail.com. Pero lo que atrajo mi atención de la ventana emergente que me avisaba de la recepción del correo era su asunto: Castolo existe.
Automáticamente mi mente recordó a aquel mítico jugador virtual de las primeras ediciones del Pro Evolution Soccer. Un futbolista ficticio que encandiló a los jóvenes de toda una generación. Una especie de mito del siglo XXI cuyo nombre permite evocar un pasado juvenil a adultos como un servidor. Tal fue el impacto de este engendro de Konami, que hasta ha servido de excusa para contenidos en redes como el falso documental que creó hace poco un tiktoker usando material proveniente de un reportaje sobre el trinche Carlovich.
Por todo ello, cuando recibí el mail de marras, el cual aparecía vacío, sólo pude esbozar una sonrisa mientras lo eliminaba, ya que claramente debía de ser una broma.
Entonces, dos días después me llegó el segundo email.
Se trataba del mismo remitente pero, esta vez, además de repetir el asunto Castolo existe, sí se incluía texto:
Castolo existe y puedo demostrarlo. Acuda a esta dirección Azumadori 8, Tokio. No se arrepentirá.
En el email se adjuntaba lo que se distinguía perfectamente como una parte de un carnet de identidad. En la misma se podía ver un trozo de la foto de un hombre, de boca hacia abajo, y el apartado referente al apellido, sobrenome en portugués, en el que se indicaba Castolo.
Seguía sin creer una palabra de lo que se decía en el email. La única diferencia con respecto a lo que había pensado dos días antes era la curiosidad que me generaba la insistencia en realizar dicha broma. Tampoco entendía que hubiesen elegido a Trescuatrotres para realizar esta broma/revelación, aunque habíamos publicado el famoso falso documental el día anterior a recibir el primer email. Y por último, no alcanza a comprender tanto anonimato y sigilo.
De todos modos, opté por pasar del tema pese al esfuerzo que alguien se estaba tomando, diseñar un DNI y todo, para obtener respuesta. Sin embargo, ese sábado con algunas copas de más pensé en el asunto y no pude evitarlo, respondí. Me parecía, al menos, interesante todo pero una dirección, que ya había verificado, en Tokio era de poca ayuda para un medio tan humilde como el nuestro, así que respondí para zanjar el asunto.
Estimado amigo/a,
Me alegro de que exista. ¿Pretende que vaya a Tokio por la foto de un DNI que puede estar fácilmente trucada? Hasta aquí llegó la broma.
Un saludo,
Fin del asunto. Tuvo su gracia pero poco más, así que habiendo llegado a casa, me acosté en la cama de cara a pasar una buena noche de resaca. Entonces vibró el móvil. Habían respondido a mi email. En la respuesta sólo aparecía lo siguiente:
Hable con Joao Vieira +55 348 256 88.
Estaba claro que el interlocutor no iba a a cejar en el empeño de que investigara sobre Castolo. Así que busqué el teléfono en Google y sólo pude sacar en claro que se trataba de un número brasileño. Entonces busqué Joao Vieira y el número de resultados de búsqueda era muy alto. Hasta que me detuve en un perfil interesante. Era un exentrenador de fútbol de 75 años con pasado en Japón. Me resultó inquietante que se combinaran en esta persona los que se supone que son los dos países claves en el asunto: Brasil, que es donde la cultura popular siempre ha situado el origen del falso futbolista, y Japón, que es a donde nos indicaba el segundo email, por no hablar que es la sede de Konami, marca creadora del videojuego.
Me sorprendí hilando esa locura pero al menos ahora contábamos con una pista, por llamarla de alguna manera, factible. El lunes llamaría a Brasil y zanjaría este loco asunto.
Sin embargo, la llamada no hizo más que confundirme. En un inglés rudimentario pude hablar con Joao Vieira. Me confirmó que había sido entrenador de fútbol en divisiones inferiores de Brasil. Un día le llegó la oportunidad de preparar a un equipo de la segunda división japonesa, el Kofu y allí que se fue. Estuvo varios años deambulando por banquillos humildes del país nipón antes de regresar a Brasil. Pero lo más interesante es que cuando aterrizó en el Kofu se quedó sorprendido por un delantero que contaba con un nivel mucho mayor que el del resto del equipo. Además, se daba la paradoja de que era compatriota, como muchos futbolistas americanos que prueban suerte en otras latitudes. ¿Su nombre? Marcos Filipe da Silva Castolo.
No me lo podía creer. La broma ya se estaba haciendo pesada. Ahora era un hombre mayor brasileño quien decía haber entrenado a un jugador creado por un videojuego. Muy rebuscado. Entonces, ante mi silencio incrédulo, al otro lado de la llamada, Joao me pidió que lo videollamara por Whatsapp, que me quería enseñar algo. Accedí y, mientras hablábamos, Joao cogió varios documentos que tenía a mano. Eran recortes de prensa en los que aparecían las alineaciones de Kofu de esa época. Joao siempre señalaba en todas un nombre: Marcos Filipe. Y es que según el míster, Castolo se hacía llamar así.
Qué casualidad. Castolo existe pero se hace llamar de una manera que es imposible confirmar su identidad. Hasta que en el último documento, Joao me muestra una ficha de futbolista. Esas típicas cartulinas de reducido formato en las que aparecen los datos del jugador inscrito y una foto, en cuyo hueco vacía se veía claramente el desgarro de papel de haber sido despegada. Y aparecía el nombre completo del futbolista. Todo ello rematado por el sello de la federación japonesa de fútbol.
Me quedé atónito, empezaba a creer un poco en la historia, así que decidí sacarle a Joao una nueva pista de la que tirar. Me comentó que en el equipo jugaba otro brasileño, eso sí, mucho peor. Me dijo que era muy amigo del presunto Castolo y me facilitó su email, aunque sin estar seguro de que lo siguiese manteniendo.
Una vez que acabó la videollamada, escribí ávidamente en inglés al email dado, el cual debía responder Evangelista Lopes. En el correo preguntaba acerca de Castolo y cómo localizarlo. Al día siguiente y en plena madrugada recibí la respuesta. Me fue imposible volver a dormirme por lo que lo abrí deseoso de leer lo que ahí se pudiese decir.
Sí, Castolo existió, aunque todo el mundo lo llamaba Marcos Filipe. Jugó conmigo en Japón tres años antes de que le perdiera la pista. Era un gran delantero centro. Le pasabas una piedra y te la convertía en gol, como todo lo que le llegaba. Pudo llegar lejos si no llega a ser por el corazón.
Se enamoró de una japonesa casada y parece ser que no le sentó muy bien al marido cuando se enteró. El hombre tenía bastante poder y tras esto fue como si Castolo hubiese desaparecido del mapa. Y eso es lo que sé, no volví a saber de él. Sí recuerdo el nombre de la chica, te paso aquí un enlace a su perfil en redes sociales.
Así que según Evangelista, Castolo tuvo problemas en su carrera por haberse liado con una mujer casada de alguien con poder. La historia iba cogiendo forma. Demasiados detalles para ser una broma urdida, eso sí, por alguien muy potente en este ámbito. Aun así, decidí escribir por privado a la famosa amante por redes sociales.
Pasaron dos días hasta que recibí la respuesta en inglés, a la cual no daba crédito:
Deje el tema. Marcos fue mi pareja secreta durante un tiempo y nada salió bien.
Lo conocí acudiendo con mi exmarido a un partido de fútbol de segunda división japonesa. Mi ex, Hidetoshi, trabajaba en esa época como diseñador de videojuegos para Konami. Le habían encargado inventar una inmensa cantidad de futbolistas para protagonizar el nuevo videojuego Pro Evolution Soccer ya que la empresa no podía hacer frente a los derechos de imagen de los jugadores reales.
Así que un día me pidió que la acompañara al estadio de Shizuoka para ver un partido de Segunda. Me dijo que necesitaba inspiración. Entre los veintidos futbolistas había uno que destaba sobre el resto, no sólo por sus rasgos occidentales y sus trenzas, sino también por su nivel de juego. Era Marcos Filipe. Gracias a contactos de mi ex pudimos conocerle personalmente. Hidetoshi se quedó encandilado futbolísticamente y lo convirtió en un personaje del videojuego, lo mío fue diferente. Ya sabe.
Un día mi marido se enteró de mi infidelidad y montó en cólera. Por aquel tiempo, el videojuego empezaba a consolidarse como un fenómeno mundial y Marcos Filipe decidió aprovecharse del tirón. Sin ir más lejos, el jugador más icónico del juego era él y no había visto un yen por ello. Pero claro, cuando Castolo intentó reclamar sus derechos de imagen a Hidetoshi, éste, que ya sabía lo nuestro, no sólo se negó sino que se dedicó durante años a hacerle la vida imposible.
Nunca supe más de Marcos Filipe ni de Hidetoshi, del que me separé años más tarde. ¡Qué tonta fui!
Si sigue vivo, por favor, dígale que nunca lo olvidaré.
No podía creerlo. Tenía que ser verdad, no podía tratarse de una broma. Toda la historia detrás de Castolo era verosímil e incluso llegaba a emocionarte. Decidí, por tanto, seguir adelante con la investigación. ¿Y si Castolo existió pero quedó sepultado por el éxito de una multinacional como Konami? ¿Y si ahora es entrenador como acabó sugiriendo la saga? Y la más importante, ¿la dirección del segundo email en Tokio es la de Castolo?
Entenderán el esfuerzo sobrehumano que me supuso convencer a mis compañeros de Trescuatrotres para que me pudieran financiar una parte del viaje a Tokio. La otra, de mi bolsillo, ha provocado tal cisma en casa que no sé si algún día me lo perdonará mi mujer. Pero tenía que hacerlo, mi vocación periodística y mi natural curioso me obligaban a rematar el gran fleco de la historia. ¿Castolo vive?
Tras días de discusiones en casa y en la oficina, me encuentro ante el número 6 de la calle Azumadori en pleno barrio de Kabukicho, al oeste de Tokio. He llamado al timbre y escucho como se descorre un pestillo al otro lado de la puerta. La hoja se abre y puedo ver el inconfundible color tostado de la piel de un hombre de unos cincuenta años. Delgado, serio y con un llamativo peinado de trencitas… es él. Es inconfundible. Estoy tan nervioso que sólo puedo decir: ¿Marcos Filipe da Silva Castolo?
Y aquel hombre de alrededor del metro y ochenta, la leyenda del fútbol underground de principios de siglo, el mito de los que devorábamos el Pro con los amigos, me responde:
Inocente, inocente.
He leído el artículo con interés y curiosidad y el final me ha descolocado completamente pero es un buen artículo,felicidades y enhorabuena.
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