Su nombre está escrito con letras de oro en la historia del Manchester City formando parte del selecto grupo de 7 jugadores, no nacidos en las islas, miembros del English Football Hall of Fame. Fue odiado por muchos y acabó siendo querido por todos. Su nombre es Bert Trautmann y esta es su historia.
Nació en una época durísima, como fue el periodo de entreguerras, para posteriormente vivir el peor periodo que el ser humano haya podido afrontar, la Segunda Guerra Mundial.
Fue uno de tantísimos alemanes que compraron el discurso de Adolf Hitler decidiendo luchar por una causa que les parecía justa. En este caso en forma de paracaidista en la Luftwaffe.
Cuando su vida tenía visos de llegar a su fin, al ser apresado por las fuerzas aliadas y llevado al campo de prisioneros de Ashton-in-Makerfield, en realidad se estaba aferrando a ella gracias a un esférico de cuero.

Fue allí donde gracias a los partidos de fútbol disputados entre prisioneros y soldados Bert Trautmann comenzó a hacerse con un nombre defendiendo el marco con una solvencia tremenda, gracias en gran medida a su imponente físico germano de 1’89m.
Al terminar el conflicto bélico de la vergüenza, fue liberado en 1948 teniendo la oportunidad de volver a su Alemania natal. Sin embargo, y pese a ser a priori la opción más sencilla, decidió iniciar una nueva vida rodeado de aquellos contra quienes luchó.
Se instala en Lancashire trabajando en una granja a la vez que cubre los palos del equipo local, el Saint Helens. Será allí donde alcanzaría tal fama que el número de espectadores aumentó considerablemente hasta los 9.000 que presenciaron la final de la Mahon Cup. Varios equipos profesionales se fijarían en él, quien terminaría por fichar por el Manchester City.
Su fichaje por el conjunto inglés fue un auténtico escándalo. Para el aficionado era incomprensible cómo se podía contratar a quien hace poco se encontraba en línea enemiga.
Sin embargo, sus grandes actuaciones bajo palos fueron convirtiendo los insultos iniciales en aplausos. Con el armisticio de su propia hinchada, solo quedaba que los aficionados rivales dejaran de recordarle partido tras partido su funesto pasado.
Y llegó enero de 1950, el City visitaba la casa del Fulham en Craven Cottage. Lo que se aventuraba como una goleada segura por parte de los locales terminó siendo una pírrica victoria por 1-0 gracias a una actuación milagrosa de Trautmann. Tal fue su exhibición que tras el pitido final ambos conjuntos se rindieron a su actuación ovacionándole, hecho éste que acabó por contagiar al público asistente.
Ahora sí, el mundo del fútbol le había concedido lo que siempre anheló desde el fin de la guerra, una segunda oportunidad.