El fútbol, como todos los deportes, aunque más si cabe por su popularidad, está ligado a todas las facetas que rodean la vida en general. Como hecho social, el deporte rey siempre ha sido capaz de relacionarse con la política, el espectáculo, y por supuesto, con lo que hoy nos compete, la religión. Ya que vivimos la llamada semana de pasión, Semana Santa, que tampoco escapa al influjo del balompié. Sobre todo en Sevilla, donde es patente esa unión, puesto que en un gran número de familias hispalenses, la pertenencia a hermandades religiosas sólo es comparable, precisamente, con el fútbol. Conjuntos sociales que se reúnen en torno a una creencia, en este caso, la religiosa. Aunque, ¿qué es el fútbol sino una religión de masas?
Es de sobra conocida la mala relación entre Rangers y Celtic, que representan en Glasgow la dualidad de las dos Irlandas: la protestante y la católica. El descenso a los infiernos del mítico conjunto azul, protestante, ha evitado los tradicionales enfrentamientos entre aficionados de uno y otro equipo. Enfrentamientos y disputas que alcanzaron niveles muy preocupantes con ejemplos como el del portero Artur Boruc. El guardameta polaco del Celtic quiso homenajear en 2008 a su compatriota más conocido, el otrora papa Juan Pablo II, portando una camiseta con la imagen del que fuera Sumo Pontífice. La imagen, unida a la leyenda God bless the pope (Dios bendiga al papa), fue considerada como una provocación de tal calibre, que el meta fue advertido con una falta por escándalo público.

No podemos olvidarnos tampoco de los llamados Atletas de Dios. El catolicismo se hace fuerte en Brasil, y eso se traduce en un importante papel de la religión en el verdadero símbolo del país americano, el futebol. Sus máximos representantes en los últimos tiempos han sido Lucio y sobre todo, Ricardo Kaká. No es difícil ver a estos jugadores santiguarse antes de entrar al terreno de juego, al marcar un gol o en otras ocasiones claves. Y no se avergüenzan de su fe, al contrario, hacen gala de ella. Difícilmente podría encontrar la Santa Sede a mejores embajadores que los jugadores de la canarinha, que publicitan sus creencias en numerosas camisetas alusivas al poder de Dios. ¿Y si marcan? Pues un dedo al cielo o arrodillarse para agradecer la ayuda divina.
Con esta fructífera relación entre religión y balompié, resulta chocante que en estos días en los que nos encontramos se sigan jugando partidos importantes. Como la Copa del Rey, jugada en Miércoles Santo, que significó el fin de la era culé, para un Real Madrid, incapaz años antes de competir ante el mejor Barça de la historia. Pasaba la hermandad de San Bernardo por su puente en Sevilla, en el momento en el que Cristiano Ronaldo se elevó para hacer lo propio con la Copa, y con el ego de Mourinho. Sin ir más lejos, la profunda sabiduría de la federación hizo que se disputase un partido de nuestra selección un Viernes de Dolores, y sí, también en Sevilla. Sin saber que ese día, es el preludio de la Semana Mayor en la ciudad española que con más profundidad la vive.

Pero el despropósito fue a más cuando la sede elegida para ese encuentro, ante Ucrania, fue el Benito Villamarín. Y es que esa misma tarde salía a escaso 100 metros del estadio una hermandad, La Misión, que además mantiene estrechos lazos con el Real Betis. Por eso hubo que desplazarlo al Sánchez Pizjuán. Después se sorprenderían al ver espacios libres en las gradas, habiendo 10 o 12 pasos en las calles.
En definitiva, fútbol y religión siempre han estado unidos y el máximo exponente se encuentra en esta semana, y en Sevilla. Y si no, ¿por qué hay equipos pensando ahora mismo en la penitencia del descenso, la salvación o la gloria?