En el Sevilla ya saben lo que es sentirse señalados por la prensa, principalmente mesetaria, en cuanto a saberse los chicos malos del fútbol español. Aquellos atletas apestosos que corrían hasta el último segundo, que te apretaban las tuercas hasta la extenuación, que jugaban con los límites reglamentarios y salpicaban su fútbol con acciones violentas, por las que por cierto pagaron, en forma de sanción y de mala reputación, más que de sobra, fueron foco de los dardos del periodismo en muchas ocasiones.
Lo curioso del caso es que aquel equipo de Caparrós fue superado muy pronto por uno mucho más excelso y exquisito, por un equipo legendario repleto de calidad y con una ambición a raudales, en el que la agresividad mal entendida casi desapareció, pero que, aunque lograse éxitos inusitados, no fue capaz de enterrar esa fama anterior que unos y otros se encargaban entonces, y encargan, también ahora, de recordar.
La prensa. Mi abuelo no quería que fuese abogado. Me decía que para eso había que saber mentir muy bien y que él no me veía en esa faceta, que se me veía venir de lejos, vamos. Entonces le sugerí que podría estar planteándome estudiar la carrera de periodismo. Se llevó las manos a la cabeza y me dijo que mejor entonces que estudiara derecho. Solía recordarme que los periodistas solían opinar de todo sin tener ni idea de nada, pero, lo que más me recordaba era que un periodista independiente era un periodista en el paro.
No sé si mi abuelo tenía la razón, lo que sí sé es que, a igualdad de situaciones, los periodistas del ombligo ibérico reaccionan de maneras muy diferentes. Para el Sevilla de Caparrós se usaban sin miramientos adjetivos calificativos propios de una banda de matones de especial eficacia y conciencia inexistente. Eso, con cierto protagonista madrileño, no se repite hoy día.

¿Y por qué? Porque Getafe está demasiado cerca de ese ombligo ibérico. Las redacciones y las directivas de prensa también se encuentran dentro de ese ombligo. Y el chauvinismo capitalino exacerbado es una de esas corrientes que la nueva tecnología desboca y aumenta en pos de la generación de un localismo central prepotente que no logra más que originar una desafección en las periferias que está arraigando con una fuerza inusitada.
Los voceros del centralismo deportivo funcionan como lanceros dispuestos en la vanguardia del batallón que, ante la primera contienda, formarán parte de los instrumentos de usar y tirar de unos poderes encantados de que les bailen el agua. El periodismo real, de raza y autónomo, hace mucho que cayó. Hoy el argumentario está subvencionado y los puntos de vista se miden a golpe de like. Y ya sabemos que la polémica es un multiplicador del amor de los “me gusta”.
El Getafe de Bordalás, como en su día ocurrió con el Sevilla de Caparrós, se construyó sobre unas bases sólidas, pero mientras el equipo sevillano fue asaeteado a críticas, el madrileño lo ha sido a honores. Y es que hay que reconocer que es un equipo físico y con un manejo de sus virtudes muy eficaz. Ha sido un equipo bien trabajado, con un despliegue llamativo en la presión alta y un buen manejo del otro fútbol. En mi opinión, un equipo canchero, cómodo al relacionarse con los límites del reglamento y, además, con cierta protección proyectada en el estamento arbitral.
Ha sido un equipo que para desarrollar sus armas ha tenido que contar, por descontado, con cierta benevolencia de los que juzgan. Así es más fácil. Pero lo que le ha faltado al Getafe es el salto al vacío. Hace 20 años, da la impresión de que en Sevilla se estaban construyendo unas bases para encontrar una grandeza perdida en el origen de los tiempos. Se quería dar ese salto. De algún modo parecía que las cosas se empezaban a hacer bien y que se iban a dar pasos agigantados hacia delante. Pero en el Getafe de hoy no se da. No encontramos esa ambición de ser algo más. Al menos no por el proyecto deportivo.

El Sevilla de Caparrós desembocó en el Sevilla de Juande Ramos. El crecimiento en los planos deportivo e institucional se hizo patente y esa espiral creciente, 20 años después, parece que aún no ha tocado techo. En cambio, las bases del Getafe se están encerrando en sí mismas. El proyecto parece estancado. Mismo entrenador, mismos jugadores, pocas variantes del sistema. Todo se parece mucho a aquel Getafe que logró el ascenso en la temporada 2016/2017. Ese mismo que logró la clasificación europea e hizo un papel más que digno en la Europa League. Pero no parece que vaya a ir más allá. Al menos a corto plazo. E incluso el estancamiento parece ir transformándose en un lento retroceso.
Deportivamente sigue siendo un equipo muy competitivo, con el problema de que los demás están aprendiendo cómo contrarrestar sus virtudes, pero, además también opino que es de los equipos que se han visto más perjudicados por la entrada en funcionamiento del VAR, no porque tome decisiones en su contra, sino porque el VAR sí limita el otro futbol, descubre el juego que no detectamos, ese en el que el Getafe se muestra como un maestro.
Las constantes interrupciones del ritmo del juego, las simulaciones de agresiones o el juego subterráneo se han visto de algún modo cercenadas desde la aplicación del sistema que todo lo ve. Pero no lo ha eliminado. Y en esas anda el Getafe.
La entrada de Djené es realmente fea. Violenta. Es objetivamente peligrosa. La voluntariedad o no de la misma es algo difícil de juzgar. Los antecedentes no acompañan al futbolista respecto a una hipotética inocencia. Djené ha encontrado una pléyade de defensores pertenecientes a esa prensa que antes indicábamos. Que no se confíe porque si en lugar de lesionar a Lucas Ocampos lo hace a Karim Benzema no tendrá alcantarilla madrileña en la que esconderse. Djené sabía que iba a pisar a Ocampos y que le iba a hacer daño. Pero creo que no calculó bien cuánto daño iba a hacer. Jugó con fuego y se quemó.
Lo malo es que, de paso, se llevó a un compañero por delante. No será la primera ni la última lesión que se produzca en el fútbol, pero estas acciones deben ser perseguidas y juzgadas. Siempre.

Lo que es imperdonable es la actitud posterior del central togolés. Y la de sus compañeros y de quienes los dirigen. Aparecen orgullosos y soberbios. Como si hubiesen hecho bien su trabajo. Se han cargado a un compañero, pero rival. Se han saltado ciertos códigos éticos que, y en esto por desgracia van con el sino de los tiempos, son cada vez más escasos. Hizo lo mismo Julen Lopetegui. Equivocarse. Descontrolarse cuando su puesto exige justo lo contrario. No pocos hubiésemos reaccionado de forma parecida. Pero de ese enfrentamiento visceral supo arrepentirse con más frialdad en rueda de prensa. Bordalás no tuvo a bien realizar este acto de contrición.
Esta chulería barriobajera y pendenciera ya estaba inventada. Y sublimada. Eran los Bad Boys. Eran los Detroit Pistons. Pero la diferencia entre aquel grupo de deportistas y estos es abismal. Eran malos compañeros, marrulleros, antideportivos y canallas. Pero eran campeones. Élite deportiva que luchaba por hacer historia contra el mejor jugador de la historia en su deporte. Te podían caer bien o mal, pero su aptitud y su actitud iban encaminadas a una sola cosa: ser los mejores. Lo lograron.
Y esa no es la única diferencia. Ellos eran así y, cuando hablaban de ellos mismos, así se reconocían. Eran los tipos duros de la ciudad del motor americana, eran los antipáticos y a los que nadie quería. Eran aquellos a los que la prensa disparaba sin cesar. El blanco del odio. Pero ellos eran así y jamás se reconocieron como víctimas. Ellos eran los mejores.

El Getafe ni tiene la grandiosidad de aquellos Pistons, ni tiene los mismos objetivos, ni tiene esa coherencia en el discurso ni la honestidad necesaria para reconocerse delante del espejo. Y esto último es lo más doloroso: El victimismo que destila el líder y hacedor del equipo azulón, que se muestra como un acomplejado, con tendencia al embuste y a la excusa, como esos villanos de folletín, arrodillados, implorando por una justicia que se les niega, mientras, escondido, empuñan el filo con el que subyugar a traición a cualquier sujeto que se interponga en sus caminos.
Pero el Getafe tiene todo el derecho a tomar el camino que crea conveniente. Djené tiene todo el derecho a seguir jugando como bien sabe, porque es un buen jugador y Bordalás tiene todo el derecho a dirigir, y lo hace bien, a los equipos que en él se interesen e, incluso, a mentirnos en sus ruedas de prensa. Eso sí, todo poder conlleva una gran responsabilidad, y no debe tomar por tontos a los que le escuchan, que también ejercerán sus derechos.
Es una lástima que en esta fábula que se estaba escribiendo, en la que el Getafe llegó a tener un reconocimiento sincero por su buen hacer, el villano haya quedado tan desdibujado y deshecho que será complicado que la historia de este deporte se acuerde del Getafe de Bordalás, ni para lo bueno y, ni tan siquiera, para lo malo. Ni para eso.
Lo has bordado Enrique,has definido con claridad el contexto en el que se ha producido la acción que ha desembocado,lo más grave,en la lesión de Ocampos y subsidiariamente en la intervención del VAR,y expulsion del defensa,que de otra forma se hubiese pasado por alto por la actuación del Sr. Martinez Munuera,un ejemplo más de la permisividad que suele acompañar al juego demasiado intenso que practica el Getafe.
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