El Atlético de Madrid logró su segundo título de campeonas de la Copa de la Reina al vencer en la final por penaltis al Real Madrid, tras el empate a dos del tiempo reglamentario que no se modificó en la prórroga. Una final con derbi capitalino que cerraba la final four disputada en Leganés (Madrid). En las semifinales de la misma, Atlético y Real derrotaron por idéntico marcador, 4-0, a Alhama de Murcia y Athletic de Bilbao, respectivamente.
Una final con un simbolismo que iba más allá del que ya puede presentar un derbi de tanta rivalidad. Suponía la mejor opción para el Real Madrid de estrenar el palmarés de su sección femenina en su tercer año de historia. Para el Atlético, suponía una posibilidad de demostrar que, a pesar del impulso mediático hacia el recién llegado equipo merengue, su mayor historia y tradición todavía podían hacerse valer. Es cuestión de tiempo que el nuevo rico Real Madrid femenino logre ganar algún título, su poderío económico y la capacidad de atracción de la institución más triunfadora del fútbol masculino, hace que la plantilla vaya mejorando curso tras curso. Pero las colchoneras decidieron, a base de un derroche de coraje y corazón, que el sábado no era la noche para que el esto sucediera.
El dominio general de las madridistas
Todo ello a pesar de que la final arrancara con mayor dominio blanco. Las madridistas llevaban el ritmo del partido, aunque en los primeros minutos Ajibade y Banini gozaran de dos buenas ocasiones que no supieron materializar ante Misa. Sandie Toletti, además de ser fundamental en ese dominio de la zona medular, abrió el marcador con un certero cabezazo a la media hora de partido.
En la segunda parte, el Real Madrid subió el ritmo. Athenea del Castillo, Caicedo, Feller y, sobre todo, la soberbia Caroline Weir, formaban un ataque con versatilidad y velocidad, pero al que le costaba definir en los metros finales ante Lola Gallardo. Tuvo que ser la central y capitana, Ivana Andrés, quien, de nuevo de cabeza, superara a la defensa y anotara el 2-0 en el marcador.
Con poco más de media hora por delante y con el Atlético encontrando cada vez menos salidas, el Real Madrid se frotaba las manos a la espera de levantar su primer título. Más aun cuando el tiempo fue pasando y circulábamos por el minuto 88 sin mayor novedad. Incluso con más pinta de que pudiera caer el tercero que de que se pudieran reducir distancias.
La épica, reservada para el final
Pero una extraordinaria jugada de Estefanía Banini, remontando línea de fondo y cediendo atrás con un hipnótico toque de balón preciso con el exterior del pie, fue rematado por Lucía Moral al fondo de las mallas. Magistral la centrocampista argentina, capaz de dar un curso de inteligencia e imaginación, pero sin dejar de lado la capacidad de sacrificio, cada vez que pisa un terreno de juego. Encontró para cerrar su genial jugada a Moral. La joven cordobesa de 19 años, que ha tenido muchas más oportunidades con la llegada de Manolo Cano al banquillo colchonero y con las importantes bajas que han ido aquejando a las atléticas, ha demostrado en este final de temporada que hay ariete para rato. Aúna olfato de gol con buenos movimientos de desmarque, y es capaz de desfondarse por el bien de su equipo. Será importante en el fútbol español del futuro.
Pero aun quedaba lo más emocionante. Seis minutos de descuento que posibilitaban que ese primer gol no fuera solo el de la honra. El recuerdo de los agravios del famoso minuto 93 de la Champions League masculino, a la inversa. Como el negativo de un deja vu. Falta en la frontal en el minuto 95. Probablemente la última jugada del partido. La personalidad de Banini dio vida a un espectacular lanzamiento de libre directo que se coló entre el guante de Misa y el larguero. El empate a dos llevaba un partido que parecía llevar media hora finiquitado, a la prórroga. La lluvia incesante y desatada que caía sobre Leganés le confería aun más épica a la rápida neutralización de la ventaja por parte colchonera.
En la prórroga, el Real Madrid parecía mejor físicamente, pero el Atlético no había llegado a empatar ese encuentro in extremis para rendirse en el suplementario. Tocaba igualar fuerzas y aguantar. Las bajas de Ludmila, Sheila García, Barth, Leicy Santos y Staskova, todas ellas potenciales titulares, pesaban en el cuadro de Manolo Caro, pero al Real Madrid le pesaba más el hecho de que el título se les escapara en ese último suspiro.
En la piña previa a los penaltis, se veía mayor fe en el cuadro colchonero. La central Van Dongen arengaba a las suyas con fiereza. Nada importaba la lluvia. Las suplentes dejaban sus abrigos a las congeladas once jugadoras que habían terminado el partido y el equipo era una piña. Caras de mayor responsabilidad en el banco de Toril, conscientes de que el drama podía terminar mal.
Dos paradas de Lola Gallardo, frente a los tres tiros que Misa rozó pero no pudo sacar dieron la opción a Banini de convertirse en la gran heroína de la final. La portera madridista, titular de la selección ante la renuncia de Paños, le detuvo el lanzamiento a la argentina. Pero un envío a las nubes de Svava daba la victoria (con un poco de suspense por la revisión del VAR, que se utilizaba en partidos femeninos por primera vez en España) al Atlético de Madrid. Desde las veteranas Lola Gallardo o Carmen Menayo, a las juveniles, como Alexia Fernández, explotaron de alegría.
La gesta de un equipo que es una familia
La gesta se había conseguido. No se habían dejado superar por un equipo netamente superior, pero que de momento tiene menos alma que el cuadro colchonero. Una auténtica familia este equipo femenino del Atlético de Madrid. Que como familia que es, supieron sufrir unidas y celebrar unidas. La resistencia ante ese Real Madrid que compró directamente una plaza en primera y se hizo una plantilla a medida y a golpe de talonario.
Todo ello es lícito, sin duda. Y tiene el gran valor de dar, aunque sea tarde y de mala manera, un referente más cercano a aquellas chicas madridistas a las que les gustaría alcanzar el éxito en el mundo del fútbol.
Pero la manera en la que ha irrumpido a modo de salvador del fútbol jugado por mujeres en España, la manera en la que medios de comunicación que jamás se preocuparon por las futbolistas ni sus equipos le dieron cabida al que creían que iba a ser el nuevo gran dominador de todas las competiciones desde su creación, que iba a conseguir a las mejoras jugadoras con solo chascar los dedos… es cuanto menos ofensiva.
Sobre todo para equipos con una mayor tradición en conjuntos femeninos y que han tenido que pelear y crear una estructura desde más abajo. Y que dan la cara ante instituciones mucho más potentes, como es el caso del Levante, que ha peleado la segunda plaza de Liga F superando al Atlético. O qué decir del Granadilla, el Levante Las Planas o el Alhama, equipos sin sección masculina profesional y que ponen todo su interés en el desarrollo del femenino.
Cuestión de resistencia, o de resiliencia, palabra que se ha manoseado de más en los últimos años, pero que se define a la perfección en los rostros de Eva Navarro, la menuda gran jugadora que ha sufrido un calvario con las rodillas y que, a pesar de ello, vuelve a ser uno de los referentes más importantes del fútbol español gracias a su movilidad y potente disparo.
Calvario que también sufre actualmente Ludmila. Una estrella internacional que se conforma y se levanta a pesar de encadenar continuas lesiones. Ni que decir de Merle Barth, que se lesionó recién llegada al equipo, pero que estuvo en la celebración como una más. Y por supuesto, de Virginia Torrecilla, la quintaesencia de la resiliencia, que quiere intentar volver a levantarse y ser titular e importante en otro equipo. Pero que antes de irse se dio el gusto de celebrar un nuevo título tras el sentido homenaje mutuo que jugadora y afición se regalaron en el último partido de Liga F en casa.
Tal vez ese poso le falta al Real Madrid, equipo de gran calidad, que poco a poco parece igualarse al nivel del Barça. Si bien las barcelonistas aun las superan y pueden abrir tierra de por medio en el palmarés si levantaran la segunda Champions el próximo sábado.
Seguramente es positivo para el desarrollo de nuestra Liga que la lucha entre los dos clubes más poderosos se iguale, pero temo que eso sea a costa del despojo de las mejores jugadoras al resto de equipos, lo que provocaría una Liga F a dos velocidades. A la escocesa, para entendernos. Esperemos que quién corresponda ponga de su parte para evitarlo. De momento, el Atlético se ha levantado y se ha rebelado contra ellos para llevarse un nuevo trofeo a sus vitrinas. Sangre, sudor y lágrimas, enjugadas en la lluvia. Lágrimas como las de Ivana Andrés, capitana madridista a la que le concedieron el MVP del partido. Algo poco comprensible que recaiga en alguien del equipo perdedor, y que concedió a la Federación la imagen de una ganadora del trofeo sumida en la tristeza y las lágrimas, algo bastante desalentador.
Un último apunte, porque bien parece que en el fútbol femenino las fiestas nunca pueden ser completas. No estaría mal, de cara a próximas ediciones, que para honrar el nombre de Copa de la Reina, algún año su majestad se dignase a aparecer por el palco del campo donde se juegue la final.
Me apunto al último comentario,una bonita manera de darle empuje e interés al fútbol femenino debe ser que la final de la copa de la Reina pudiera contar con la titular de la misma, y que su presencia sea el refrendo y señal de la valoración que ha adquirido la competición y el fútbol femenino,que es indudable va mejorando en interés,competitividad avance técnico.
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