Hasta la irrupción de Rinus Michels y su “fútbol total”, la selección holandesa solo atesoraba en su palmarés tres medallas olímpicas de bronce, en los ya lejanos años 1908, 1912 y 1920. Así se llegó a la década de los 70, cuando nació la “naranja mecánica”.
Ganar en casa del anfitrión no es fácil. Sobre todo, si se trata de la selección de Alemania, una de las grandes potencias del fútbol, aspirante al triunfo en todas las competiciones donde participa. Pero en 1974, Holanda contaba con uno de los más grandes de la historia de este deporte. Rodearon a Cruyff con escuderos de lujo como Krol, Haan, Neeskens, los hermanos Van der Kerkhof, Rep o Rensenbrink. De esa manera, el genio estaba bien acompañado.
En la final, la estrella holandesa hizo de las suyas nada más comenzar el partido, al provocar un penalti que ponía por delante a su equipo. Pero todo se vino abajo cuando un torpedo hundió al acorazado neerlandés.

Cuatro años después, la empresa se volvió más dificultosa, ya que Johan decidió, sorprendentemente, no asistir a la cita mundialista, lo que lastraba considerablemente las posibilidades de éxito de los tulipanes. Aún así, Holanda volvió a asombrar con su fútbol para llegar de nuevo a las puertas de la gloria. Otra vez se plantaba en la final de la Copa del Mundo. En esta ocasión, un “matador” melenudo (Mario Kempes), hacía honor a su apodo y decantaba la victoria para Argentina, privando así a los holandeses de su anhelada corona de laurel.
Ni siquiera la eclosión de una enorme generación de futbolistas hizo posible ver a las camisetas naranjas en lo más alto del escalafón mundial. Su momento más brillante fue la consecución de la Eurocopa de 1988 en Alemania. Gullit, Rijkaard, Van Basten, Seedorf, Davids, Kluivert y Koeman no pudieron vengar las derrotas de sus compañeros en las finales de 1974 y 1978. Tampoco lo hicieron otros grandes cracks como Bergkamp, Van Nistelrooy, Van der Sar o los hermanos De Boer, cuyo mayor logro consistió en un cuarto puesto en Francia 1998.

Poco más de tres décadas tardó la selección “oranje” en volver a saborear las mieles de una final mundialista. En el año 2010, el primer campeonato que se disputaba en el continente africano, Holanda se jugaba el título con una selección española que llevaba unos años enseñando al mundo las excelencias del juego de toque. Van Bommel, Dirk Kuyt, Van Persie, Wesley Sneijder o Arjen Robben, entre otros, saltaron al césped del estadio Soccer City, de Johannesburgo dispuestos a devorar a todo aquel que vistiese camiseta roja para darle a su país, por fin, la primera copa del mundo.
Pero las finales se ganan sí o sí, algo que España interpretó a la perfección, aguardando, con paciencia, su oportunidad, que llegaría a pocos minutos del final de la prórroga, con aquel inolvidable “Iniestazo”.
La resiliencia es la capacidad de adaptarse positivamente a las situaciones adversas. Pues eso es lo que sigue intentando el país neerlandés, reuniendo nuevos, y buenos, mimbres, como Wijnaldum, Depay, Blind, Van de Beek, De Jong o De Light, que forman las nuevas generaciones naranjas para que, eta vez sí, se pueda conseguir el triunfo.
A Holanda también se la denomina como Países Bajos, ya que una cuarta parte de sus tierras están situadas al nivel del mar, o por debajo de este. El país sí parece emerger ya que está considerado como uno de los más desarrollados del mundo. Su fútbol, sin embargo, a nivel de títulos mundiales, todavía sigue fantaseando con hacer bueno el famoso dicho: “El que la sigue la consigue”.
¿Podrán los holandeses hacer realidad su sueño en alguna ocasión?