Sábado y domingo de finales de los grandes torneos continentales. A pesar de que las temporadas se solapan, con la Copa Oro de la Concacaf o las previas de la Champions ya disputándose, podemos considerar las finales de Copa América y Eurocopa como el broche de oro de la temporada 20 – 21.
Han sido dos finales que no pasaran a la historia por su gran calidad, no merecen ser guardadas en vídeo para volver a verlas demasiado a menudo. Pero sí han hecho historia por darse la circunstancia de haber vivido las derrotas de los equipos locales que, además, partían como favoritos. En el caso de la Copa América, además, es el primer trofeo de Messi con la selección absoluta. Una carga que soportaba sobre sus hombros el ¿ex? jugador del FC Barcelona y de la que se liberó el sábado. El argumento principal de sus haters debe ser modificado.
Maracaná recibió el sábado por la noche un episodio más de la gran rivalidad de las selecciones sudamericanas. Brasil recibía a Argentina (que por esas cosas de los cuadros de los torneos ejercía como local) en su escenario más mítico… y maldito. Los cánticos de los argentinos llamaban a otro «maracanazo», pero el desempeño de ambas selecciones en el torneo invitaban a definir a Brasil como favorito.
Ambos equipos están lejos de sus mejores versiones, pero en anteriores encuentros se había visto a un Brasil más serio, más resolutivo. Poco jogo bonito, eso a Tite le suena a chino. Lo que sea capaz de hacer Neymar y poco más.
La final del sábado fue espesa. Se marcaron 41 faltas entre los dos equipos. Casi a una falta cada dos minutos. Algunas de ellas, verdaderos revolcones de antología, fue casi un milagro que no hubiera lesionados ni expulsados. El árbitro uruguayo Ostojich estuvo permisivo con las tarjetas. Algo que se le ha criticado, pero sinceramente, creo que no le quedaba otro remedio. La alternativa habría sido ponerse estricto y haber terminado con dos o tres expulsados por equipo. De hecho, antes de los cinco minutos de partido, Fred pudo haber sido expulsado por un plantillazo a tobillo rival. Fue la primera de varias.
En ese juego sin ritmo, solo Di María y De Paul encontraron algo de claridad. El del PSG se aprendió el camino a la espalda de Lodi, ese lugar con entrada libre. Así llegó el gol del partido, con un pase cruzado del jugador pretendido por el Atlético, el lateral brasileño se lo tragó y Di María lo agradeció superando por arriba a Ederson. Fue una de las primeras llegadas del partido, en el que Argentina siempre estuvo más cómoda.
A pesar de que Brasil fue metiendo atacantes cuando veía que los minutos se le iban y no se acercaban al empate, esto le dio una sensación un tanto irreal de peligro. Se acercaron en la segunda parte al área de Emi Martínez solo por acumulación, pero no dominaron en ningún momento. Neymar tuvo uno de esos días en los que sus intentos acababan en desesperación, y las salidas de Firmino o Vinicius no conseguían abrir la zaga albiceleste.
Tan solo de algunos córneres vinieron los acercamientos más destacables de la canarinha. De hecho, fue Argentina, en los contraataques de los últimos minutos la que tuvo más cerca cerrar la final. Lo más reseñable, en el minuto 88, cuando Messi arrancó una contra. Contactó con De Paul y recibió de vuelta un maravilloso balón filtrado del jugador de Udinese. Solo ante Ederson, le sentó con un recorte, pero el guardameta del City logró tocarle el balón lo justo para hacerle tropezar. Al diez le faltaron centímetros para haber resuelto la final («su» final) con un golazo que habría sido histórico.
No hizo falta. Messi conjuró su maldición con la camiseta de la selección tras varias finales perdidas. El hecho de que todo el equipo fuera a abrazarlo nada más terminar el partido o que le dedicaran varios cantos de celebración demuestra la conjura de los dieces que suponía para Argentina esta Copa América: había que dedicársela a Messi y al fallecido Maradona.

El domingo en Wembley también llegaba la local (aunque también en este caso el cuadro daba como equipo local al que jugaba fuera de su país), Inglaterra, con el cartel de favorita. Tal vez más por el hecho de ser local, de no haber ganado nunca una Eurocopa, de ser la gran oportunidad, que por el desempeño mostrado durante la competición.
Los ingleses no habían mostrado más que los italianos durante todo el torneo, pero sí aparecían como un equipo muy seguro en defensa, una estructura difícil de desmontar, con talento suficiente en ataque para liquidar los partidos.
Italia enfrentaba su 4-3-3 habitual con una Inglaterra en la que Southgate había planteado una alineación ad hoc. Formaba con un 5-3-2 en el que Walker y Trippier funcionaban como una especie de doble lateral derecho. El del Atlético por delante, más pegado a banda, el del City como un central derecho que se descolgara a campo rival por dentro. En defensa, ambos ocupados de vigilar los movimientos de Insigne. Delante de los tres centrales, Kalvin Phillips y Declan Rice barriendo cualquier movimiento entre líneas de los italianos.
El plan le funcionó a los pross de salida. A los dos minutos, la llegada de Trippier, con el apoyo de Walker, enloqueció a Emerson. Un centro del colchonero finalizó con el otro carrilero, Shaw, anotando a la espalda de Di Lorenzo. El lateral italiano se fue guiado por el influjo de Kane, descuidando la entrada del rotundo lateral del United.
Todo era fiesta en Wembley. Aunque Inglaterra no seguía inquietando a Donnarumma y la pareja Chiellini – Bonucci no permitía que los de casa aumentaran su ventaja, el dominio del ritmo del partido seguía siendo para ellos. Jorginho, que dio el susto al quejarse de la rodilla, Verratti y Barella no encontraban el balón. Insigne no podía superar la jaula que había creado Southgate y solo Chiesa intentaba encarar. Emerson seguía sin ver claro cómo defender su banda, Kane bajaba a distribuir de espaldas al centro del campo sin que le pararan y Mancini se desesperaba buscando soluciones.
Pero poco a poco, Inglaterra se acomodó. El espíritu reservón de Southgate les hizo pensar que con ese gol sería suficiente, que con la clase de los Sterling, Kane o Mount, aparecería la sentencia. Ya en los últimos minutos del primer tiempo, Italia había puesto el campamento en tres cuartos de la cancha inglesa, y el inicio del segundo tiempo dejó claro que era cuestión de tiempo que los transalpinos hicieran caer la resistencia de sus rivales. Además, la entrada de Cristante por Barella le dio más control y estabilidad en el centro del campo.
A los 22 minutos del segundo tiempo, un balón suelto en un córner fue aprovechado por Bonucci para empatar el partido. Italia estaba lanzada, Inglaterra era ahora la que no encontraba oxígeno para manejar el juego. Tan solo la lesión de Chiesa, uno de los jugadores que más ha crecido en esta Euro, frenó a los italianos. Sin el de la Juve, los italianos perdieron descaro en ataque. La salida de Insigne en la prórroga terminó de cerrar los mejores caminos de los azzurri, en un tiempo añadido en el que se vieron venir los penaltis casi desde el inicio.
Para la tanda de penaltis, Southgate decidió sacar al campo a Rashford y a Sancho. Nunca fue buena idea hacer estos cambios de última hora. Ambos fallaron. Aunque el primero en hacerlo fue Belotti, posibilitando que Inglaterra llegara a tener ventaja en la tanda. El show de Donnarumma compensó el fallo de su compañero y posibilitó que Jorginho tuviera en sus pies la opción de ganar el título. El casi infalible italobrasileño topó con Pickford, y Donnarumma tuvo que volver a lucirse ante Saka para que Italia se llevase la segunda Eurocopa de su historia.
Dos preguntas me quedan tras ese último penalti ¿Era Saka, con 19 años y menos de diez partidos con la selección, la mejor opción para el quinto penalti de una final? Probablemente fuera mala decisión del seleccionador, que asume su parte de culpa en la tanda de penaltis. Lo que es lamentable es que los fallos de Rashford, Sancho y Saka hayan derivado en una ola de insultos racistas a los jugadores en redes sociales.

Por otro lado, la segunda y más importante pregunta ¿La reacción de Donnarumma tras detener el penalti a Saka es una pose de frialdad como modo de celebrar el título o es que no había echado las cuentas y creía que todavía no había terminado la tanda?
Sea como fuere, ganó Italia, dejando a Inglaterra con esa sensación eterna de equipo maldito cuando llega a una gran competición. Para los de Mancini, un cambio de ciclo a lo grande. Tras la decepción de la no clasificación para el Mundial de Rusia, no hay mejor manera de renovarse. Desde mi punto de vista, un título merecido. Me gusta esta selección italiana y me alegro de su triunfo, aunque nos deje la sensación de que a España le haya faltado un poquito para haber podido tomar su lugar.
Y aquí acaba la temporada 20/21 para nosotros también. No podemos cerrar sin agradecer a nuestros lectores que nos hayan acompañado en una temporada que ha sido importante para nuestra pequeña historia. Volveremos antes de que se den cuenta y seguiremos contando el fútbol a nuestra manera ¡A disfrutar del verano sin dejar de disfrutar del fútbol!
Y ya terminó esta atípica temporada,el Rey ha muerto,!Viva el Rey!.a esperar que nos depara el nuevo reinado del fútbol.
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