Con solamente decir Antonio Biosca, cualquier bético de corazón siente un pellizco de emoción en su interior. Uno de los jugadores más brillantes de su más que centenaria Historia, reflejo de un Betis ganador, ecos de un futbolista de raza. Decir Antonio Biosca es decir Real Betis Balompié.
Por tanto, este histórico jugador casi no necesita presentación, y mucho menos entre béticos. Va por él esta pequeña semblanza de uno de esos futbolistas que podríamos catalogar como guerreros del fútbol. Uno de esos al que, sin atraer el foco mediático ni ser el que más calidad atesoraba en su día, sí que se le adeuda el reconocimiento de cuán importante es tener a este tipo de jugadores en un equipo.
Antonio Biosca Pérez nació a orillas del Mediterráneo, un 8 de diciembre de 1949, en Almería. Sus inicios futbolísticos tienen en el humilde equipo almeriense del Plus Ultra. Equipo con una nomenclatura que ya parecía vaticinar el brillante destino futbolístico que aguardaba a este almeriense de raza. Plus Ultra significa en latín “Más allá”, y más allá iba a llegar en el mundo del balompié, hasta alcanzar la gloria con el Real Betis.
En el año 1968 el Calvo Sotelo de Puertollano se fija en él, pues venía destacando en categorías regionales con el Plus Ultra, y lo ficha para pasar a formar parte de su plantel. Reto nada fácil para aquel jovencito almeriense que por primera vez iba a salir de casa, pues el equipo manchego era uno de los gallitos de la Segunda División por aquel entonces. Pero Antonio Biosca, si por algo se caracterizó a lo largo de su carrera deportiva fue por no amilanarse ante nada ni nadie, y este reto no iba a ser una excepción. Aquel joven Biosca recoge el guante y, lejos de verse superado por el gran salto cualitativo que supone pasar de un equipo de Regional a uno puntero de Segunda División, triunfa en el Calvo Sotelo. Alterna apariciones en el lateral izquierdo (incluso a veces de interior) con encuentros en que puntualmente contiende como central, posición en el campo que sería la que a la postre le haría triunfar en el Betis y en la selección española.

La Segunda División se le queda pequeña. A eso hay que unirle que en el Real Betis Balompié se encuentra como encargado de su parcela técnica y deportiva una de las mentes más preclaras que ha tenido nunca el club. Un hombre de una sabiduría futbolística sin parangón en su más que centenaria Historia. Estamos hablando de don José María de la Concha, otro de los más señeros e ilustres hombres de la Historia bética. Don José María pone el ojo en aquel chaval que jugaba en el Puertollano y se lo trae para Sevilla. Allí, a orillas del Guadalquivir, en la ciudad del río Betis, le esperaba la gloria futbolística, aquel joven Antonio Biosca aún no sabía que alcanzaría la eternidad en el sevillanísimo equipo de las trece barras. Corría el año 1971. Durante aquellos años, de la mano de don José María de la Concha llegan al Betis futbolistas como Cardeñosa, Cobo, López, Alabanda, Bizcocho, Benítez… Se estaba gestando algo muy grande. Se estaba alumbrando a un Betis campeón.
En el Betis comienza jugando en la mayoría de ocasiones en el lateral izquierdo. Poco a poco se va reconvirtiendo a jugar en el centro de la zaga para, probablemente, terminar convirtiéndose con el tiempo en el mejor central que han visto los casi ciento doce años de Historia del Real Betis Balompié.
18 de junio de 1977. Si hay una fecha grabada a fuego en la memoria del beticismo teniendo a Antonio Biosca como principal protagonista es indudablemente ésta. A buen seguro tanto el propio Antonio Biosca como los béticos con cierta edad jamás podrán olvidarlo. Repito: 18 de junio de 1977. Lugar: estadio Benito Villamarín. Semifinales de la Copa de S.M. el Rey. Visitaba Heliópolis el Español con la renta del 1-0 que habían conseguido en Sarriá. Llegaba al Villamarín un buen Español, encabezado por jugadores de la talla del chileno Caszely (jugador de enorme calidad, apodado “el gerente”), Marañón o Solsona.
Corría el minuto 88 de partido. Empate a cero aún en el luminoso. El desaliento empieza a palparse en el Benito Villamarín, no había forma de penetrar en la maraña del conjunto barcelonés, que ya casi se veía finalista, bien plantado atrás aguardando las embestidas desesperadas de un Betis ya a tumba abierta. López sube el balón, ve a todos los atacantes béticos perfectamente marcados por los defensas pericos. Echa la vista atrás y observa a Biosca solo, unos metros fuera del área. Biosca recibe y pega un zurdazo casi desesperado, casi en semifallo. El silencio se hace en Heliópolis, se puede oír la tensión. En ese zurdazo de Biosca iba la ilusión de cientos de miles de béticos.
No le pegó con la zurda, sino con el corazón. Los escasos instantes que median entre el zurdazo de Biosca y el momento en que el balón ve puerta se hacen eternos. El tiempo parece pararse al final de la Avenida de la Palmera. ¡Gol! ¡Gol!, explota Heliópolis. Las más de 47.000 almas que aquel día abarrotaban Villamarín descargan toda su tensión. Se escucha un ¡Gol! de entre desesperación y alivio. Se desata la locura y la fiesta entre la parroquia bética. Ir a Madrid aún era posible. El Español no había contado con que el Betis tenía a un guerrero incansable que jamás se daba por vencido y que respondía al nombre de Antonio Biosca Pérez.

Quedaba la prórroga, con un Español hundido por el golpe moral de un gol casi en el descuento y un Betis llevado en volandas por la afición. Al poco de la reanudación se dispone Cardeñosa a botar un saque de esquina. Con el guante que tenía en la zurda, el Flaco pone un centro medido para Biosca, que con la testa fusila sin contemplaciones la meta barcelonesa. Villamarín estalla de júbilo. El pase a la final ya no se escapaba, como así efectivamente fue. Sí, sí, sí, el Betis a Madrid. Nada menos que cuarenta y seis años después, el Betis jugaría otra final de Copa.
Posteriormente, Biosca se proclamaría campeón de la primera edición de la Copa del Rey en el estadio Vicente Calderón de Madrid, un 25 de junio de 1977. Esperaba el mismo rival que en la final de 1931: un potentísimo Athletic de Bilbao. El Athletic de Iríbar, Rojo, Dani o Villar. Jornada épica para el beticismo, en que se conseguía el único título nacional que faltaba en sus vitrinas, tras la consecución en 1935 del campeonato liguero. Antonio Biosca ya había pasado a formar parte, por méritos propios, del Olimpo verdiblanco. La gloria eterna.
También es Antonio Biosca internacional con España, mundialista en Argentina 78, en que disputó dos partidos (uno de ellos contra la siempre todopoderosa Brasil). Encuentros en que defendió la zamarra nacional con esa garra y ese pundonor que siempre le caracterizaba sobre el verde.
Y la Recopa con el Betis. Aquella victoria en casa contra el Milan, y aquella memorable noche en San Siro en que el Real Betis dejó en la cuneta al combinado rossonero. Y de la capital lombarda a aquella encerrona en Rusia, que terminó Tiblisi. Y de Georgia, donde se esfumó el sueño de aquella Recopa, a Segunda aquel mismo año. Barroco Betis, de la cima a la sima en meses, sin término medio. Y de Segunda a Primera de nuevo. Pero siempre con Antonio Biosca ya en las filas verdiblancas, hasta 1983.

Trece temporadas que jalonan el periplo bético de este esforzado almeriense. De este jugador de raza. Trece temporadas en el Real Betis Balompié, tantas como barras verdiblancas tiene su escudo. Y es que, como decíamos al inicio, decir Biosca es decir Real Betis Balompié.
Antonio Biosca Pérez. Leyenda bética. Historia viva del Real Betis Balompié.