Aquel no era un día normal en la escuela. Los chavales arrinconaron en esa ocasión las matemáticas y le dieron prioridad al deporte, concretamente al fútbol. Se organizaba un partido en el que los mejores jugadores harían una prueba con el equipo de la localidad. El infortunio se cebó con uno de los guardametas, que, lesionado, no tuvo la opción de disputar el singular enfrentamiento.
Uno de los niños se prestó a sustituir al compañero lastimado. Nada extraño si no se hubiera tratado del mejor goleador del colegio. El partido transcurrió sin más y José René Higuita consiguió ser elegido para la portería del Independiente de Medellín.
Años más tarde, Higuita inició su carrera como profesional en las filas de todo un ilustre, el Millonarios de Bogotá, donde daba sus últimos coletazos como jugador el argentino Alberto Vivalda, apodado “el loco”, toda una premonición para el guardameta que comenzaba a labrarse una carrera en el mundo del fútbol.
Una temporada después, René volvía a su ciudad natal para jugar en las filas del Atlético Nacional, donde se encontró con una persona que influiría decisivamente en su trayectoria: Francisco Maturana. Bajo su mandato, ese equipo haría historia al convertirse en el primer campeón colombiano de la Copa Libertadores. La final, contra Olimpia de Paraguay, llegaría hasta los lanzamientos desde el punto fatídico. En dichos tiros, Higuita paró cuatro y marcó uno de ellos para dar el título a su equipo. Ya comenzaba su largo romance con el gol, convirtiéndose, con el tiempo, en uno de los porteros más goleadores de la historia del fútbol.
Su momento de mayor repercusión llegó, sin duda, el 8 de junio de 1995. El marco no podía ser mejor, nada más y nada menos que el estadio de Wembley.

Inglaterra y Colombia empataban a cero cuando llegó la jugada del encuentro. Jamie Redknapp intentó un lanzamiento a puerta que le salió flojo y por el centro a media altura. Un balón muy fácil para el portero, pero ese día no ocupaba la meta colombiana un portero de los llamados ordinarios. Higuita dejó caer los brazos y echó el cuerpo hacia delante para repeler el tiro con los tacones de sus pies, convirtiendo en célebre la jugada. Tanto que, milagro de las nuevas tecnologías, fue elegida por miles de internautas como la mejor jugada de la historia. Ya puestos a ser excéntricos, lo somos hasta el final, debieron pensar tantos votantes.
Su actuación en el mundial de Italia de 1990, formando parte de una de las mejores selecciones colombianas de la historia (Valderrama, Rincón, Valencia, Asprilla, Leonel), hizo que la FIFA estableciese una nueva norma, la, posteriormente, llamada ley Higuita, que consideraba que si un jugador devuelve al guardameta el balón con los pies, el portero no puede tocarlo con las manos.
Dalí decía:“mi locura es sagrada, que no me la toquen». Quizá amparándose en este dicho, Higuita fue fiel a su particular estilo hasta el final. En partido de octavos de final ante Camerún, el meta intenta regatear a Roger Milla y pierde el balón para que la selección africana marque gol y elimine a los colombianos de aquel Mundial donde tanto prometían.
Lo más fácil hubiese sido que, en aquella jugada, René atajase el esférico y se lo diera a sus compañeros para intenta ganar el partido y la eliminatoria. Pero lo más fácil hubiese sido, también, que, en Wembley, hubiese hecho lo mismo. En definitiva, lo más fácil hubiese sido que, aquella mañana en un colegio colombiano, el goleador de la escuela hubiese ocupado su puesto habitual, el de delantero, y no se empeñase en ocupar el del guardameta, lesionado.
Hallaré un camino, o me lo abriré»
Aníbal
