Alfred Schreuder no fue un jugador destacado. No ganó nunca nada ni fue internacional. Dudo que protagonizara algún recopilatorio de las mejores jugadas de la temporada. Salió de la cantera del Feyenoord a principios de los 90 y su carrera transitó por equipos de media tabla de la Eredivise. Colgó las botas en el 2009 sin dejar mucha huella en los terrenos de juego.
Al día siguiente de su retiro, ya se puso el chándal de segundo entrenador. Primero en el Vitesse, su último club, y no mucho más tarde en el Twente, donde pudo saborear el éxito nada más llegar. Bajo la tutela del exseleccionador inglés Steve McClaren, el modesto club de Enschede se hacía con la primera Eredivise de su historia.
Alfred Schreuder comenzaba así su postgrado desde el banquillo de la mano de un entrenador con experiencia y respetado. Más o menos esta ha sido su tónica desde entonces hasta hoy. Tras conocer, entre otros, a Michel Preud’homme y a Co Adriaanse, se atrevió a dirigir él mismo al equipo, pero se vio obligado a renunciar por sus discretos resultados.
Decidió entonces que era momento de conocer otras ligas y acabó en el Hoffenheim. No tuvo que esperar mucho a quien sería otra de las figuras claves de su carrera. Durante tres años, Schreuder fue testigo de las tácticas y técnicas novedosas del joven Julian Nagelsmann, que llevaron al discreto club alemán de luchar por la permanencia a participar en la Champions League.
Alfred también acertó en su siguiente destino. Volvió a los Países Bajos y cambió a Nagelsmann por Erik ten Hag. Resulta que ya se conocían por haber compartido vestuario, veinte años atrás, en el RKC Waalwijk. Ahora, desde el banquillo del Ajax lograron una Eredivise y una Copa. Un club en el que pudo disfrutar de los talentos de Frenkie de Jong, Matthijs de Ligt, Donny van de Beek, Ziyech o Tadic, siendo testigo de un magnífico 1-4 en el Bernabéu.
Alfred Schreuder eligió a Koeman
Sin duda, ese fue el momento álgido de su carrera como segundo técnico de un equipo. Esto le animó a querer volver a ser protagonista del banquillo y optó por entrenar al Hoffenheim, pero unos resultados discretos le hacían perder el puesto. Fue entonces cuando cometió el que quizá ha sido uno de los mayores errores de su trayectoria.

En verano de 2020, Alfred Schreuder disfrutaba de Ibiza, descansando de su mala experiencia en Alemania. Clima fantástico, playas paradisíacas y una gastronomía envidiable. Son las características perfectas para atraer a turistas del norte de Europa y, al igual que Alfred, también se había dejado caer por ahí Ronald Koeman.
Hicieron migas alrededor de charlas de fútbol. Tanto conectaron que, cuando el pérfido Bartomeu le ofreció el banquillo del Barça a Koeman, éste no dudó ni un momento en avisar a Alfred Schreuder. Era difícil decir que no, a pesar de que el club estaba sumido en una crisis institucional y deportiva sin precedentes.
Estoy convencido que, echando la vista atrás y viendo como esta crisis está arrasando al club como la lava la isla de La Palma, Alfred se arrepiente de haber dado un sí tan rápido. No tengo ninguna duda de ello. No hay comparación entre lo que pudo aprender de Nagelsmann y ten Hag, incluso de McClaren, con las actuaciones de Koeman. Del Tintín de Atenas lo máximo que sacará son ejemplos de una insultante falta de autocrítica, la valentía ante los débiles y un fútbol sin sentido, simple, arcaico y limitado. Por desgracia, y escuchando las palabras de Joan Laporta sobre la continuidad de Koeman, la pesadilla para todos continúa.
A mi criterio demasiada dura la crítica cuando los males del Barcelona no se encuentran principalmente en el banquillo del entrenador.
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