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La única derrota de Alemania en su camino al Mundial de 1974 fue contra… Alemania. Para entender esta frase, totalmente correcta, hay que ponerse en un contexto deportivo y geopolítico muy distinto al actual.
A principios de los años 70, el fútbol europeo hablaba neerlandés, de la mano de equipos como el Feyenoord y sobre todo el Ajax inmortal de Cruyff. Una Copa de Europa para los de Rotterdam y tres consecutivas para el fútbol total de los de Amsterdam. Sin embargo, en la 73/74 empezó a hablar alemán. El Bayern Múnich consiguió la primera de sus tres orejonas seguidas a costa de un Atlético de Madrid que vio fugarse su ventaja en la final en el último minuto ¿les suena de algo? En el desempate, el rodillo bávaro no tuvo piedad ante un desmoralizado conjunto colchonero. Algo más extraordinario si cabe aconteció en la extinta Recopa. El 1. FC Magdeburgo, de la otra Alemania, la RDA, vencía por 2-0 al AC Milan en la final y se llevaba la gloria al otro lado del Telón de Acero.

En efecto, en aquel tiempo había dos Alemanias diferentes, dos formas contrapuestas de entender el mundo que respondían a las consecuencias de la II Guerra Mundial. Un poco de Historia: tras la gran contienda, los líderes de las potencias aliadas diseñaron la geopolítica de las siguientes décadas fundamentalmente a través de las Conferencias de Potsdam y de Yalta. Ya entre esos aliados vencedores comenzaban también a establecerse las tensiones del nuevo tiempo: por un lado, el occidente capitalista de EEUU, Reino Unido y Francia, por el otro, el este comunista encabezado por la URSS. Y en el centro del reparto del pastel, la vieja Alemania que vio recortadas sus extensiones tanto a oeste (en favor de Francia) como al este (en favor fundamentalmente de Polonia, Estado que quedó en la órbita soviética).
Alemania en sí, con su superficie actual, quedó dividida en cuatro partes. Dos en la práctica. La occidental, con zonas administradas por EEUU, Reino Unido y Francia, y la oriental, administrada por la URSS. A su vez, la capital Berlín, situada en la parte oriental, fue administrada por esos mismos cuatro países. A la sazón, para 1949 acabaría la administración aliada, pero no la división. Las partes administradas por las tres potencias occidentales formaron la RFA (República Federal Alemana o “Alemania Occidental”), mientras que la parte de administración soviética formó la RDA (República Democrática Alemana o “Alemania Oriental”).
Perdonará el lector estos dos párrafos anteriores que nada tienen que ver con el mundo futbolístico, pero que se hacen fundamentales para entender por qué había dos Estados diferentes en lo que hoy es simplemente “Alemania”. En lo deportivo, cada país tenía lógicamente sus competiciones, equipos y selecciones propias, así como combinados olímpicos, etc. Por si fuera poco, en 1961 se levantaría en Berlín un célebre Muro que perdudaría casi tres décadas, máximo símbolo de la división entre dos formas antagónicas de entender la sociedad. En ese contexto, caprichos del destino, la única fase final de Mundial de fútbol para la que se clasificó la RDA fue precisamente la que se iba a celebrar en la vecina RFA en los inicios del verano de 1974. Justo tras los mencionados triunfos de Bayern y Magdeburgo en los torneos continentales de clubes.

Pero es que, además, el bombo de la primera fase deparó un Grupo 1 “cien por cien Guerra Fría”. A saber, la RFA y la RDA se enfrentarían entre sí, y por si fuera poco, estaba Chile, clasificada de forma discutible tras el golpe de Estado y el inicio de la dictadura de Pinochet, aprovechando que la FIFA consideró como “no comparecencia” la negativa a jugar por parte de la URSS la eliminatoria de repesca en terreno chileno a modo de protesta frente al nuevo régimen que allí se implantó. Australia parecía un convidado de piedra neutro en aquel grupo tan llamativo.
La RFA abrió su torneo el 14 de junio con una victoria por la mínima ante Chile en el Olímpico de Berlín. Los protagonistas de nuestro artículo vencieron el mismo día por 2-0 a los australianos en Hamburgo, con un autogol de Colin Curran y el segundo a cargo de Joachim Streich, jugador del Hansa Rostock.
La segunda jornada se disputó cuatro días después. Esta vez la RFA jugó en Hamburgo ante Australia, venciendo con un claro 3-0. En Berlín, la RDA empató ante Chile a 1. El gol fue de Martin Hoffmann, leyenda del fútbol germano oriental: campeón de la Recopa con el Magdeburgo, campeón olímpico en Montreal 1976 y, además, integrante de la selección del Mundial 1974.

Todos esperaban, sin embargo, la tercera jornada. El 22 de junio de 1974, en el Volksparkstadion de Hamburgo, se citaban con la Historia los combinados de la RFA, anfitriona, y la RDA. Lleno hasta la bandera con más de 60.000 espectadores y arbitraje del uruguayo Barreto. La RFA formó con un equipo temible, a la postre campeón del mundo: Sepp Maier bajo palos, Berti Vogts, Paul Breitner y Hans-Georg Schwarzenbeck en defensa con Franz Beckenbauer de líbero; Bernhard Cullmann, Wolfgang Overath, Uli Hoeness y Heinz Flohe en la media; Jürgen Grabowski y Gerd Müller en la delantera.
Frente a ellos, una selección de jugadores mayormente desconocidos en Occidente. La RDA alineó a Jürgen Croy en la portería; defensa para Lothar Kurbjuweit, Bernd Bransch, Konrad Weise y Siegmar Wätzlich; medio campo para Gerd Kische, Hans-Jürgen Kreische, Reinhard Lauck, Harald Irmscher y Jürgen Sparwasser; con Martin Hoffmann en punta de ataque.
Ni qué decir tiene que el partido fue un acontecimiento político de primer orden en aquel tiempo. En el palco estaba Helmut Schmidt, canciller de la RFA, junto a varios de sus ministros. Asistieron los embajadores de ambos países, así como representantes de ambas federaciones de fútbol y el Presidente saliente de la FIFA, Stanley Rous. La seguridad era tremenda. Había hasta francotiradores protegiendo en los edificios aledaños a la zona del estadio. No en vano, en los días previos había habido amenazas terroristas y de secuestros.
En lo deportivo, la RFA llegó clasificada gracias a sus 4 puntos en dos partidos. La RDA llegaba con 3 puntos, pero también clasificada por el empate previo entre Chile y Australia. Solo quedaba por decidir el primer puesto del grupo. El partido fue mayormente controlado por la RFA, como era de esperar por otra parte. Sin embargo, la RDA hizo gala de un buen planteamiento defensivo. La ocasión más clara del primer periodo fue un tiro al palo de Overath.
Tras el descanso, continuó la misma tónica. RFA atacando y la RDA desplegando su poderío físico y defensivo para contrarrestar la mayor capacidad técnica de los locales. La RFA empezó a ser presa de los nervios, aunque el empate le valía para ser campeona de grupo. Pero un empate no era querido por nadie aquella tarde. Incluso el público comenzó a silbar a los suyos, considerando que su juego no era del todo bueno. Así las cosas, los contragolpes de la RDA empezaron a ser más frecuentes. En uno de ellos, casi en el minuto 80, Weise condujo por la derecha y llegó al borde del área, pasó a Sparwasser, que se zafó de dos defensas locales y batió a Maier a media altura. Gol de la RDA. Silencio total en el Volksparkstadion.
El 0-1 ya no se movería. Los once héroes orientales saludaron desde el campo a los apenas 3.000 fieles que había que tenían en las gradas. El primer puesto del grupo logrado era lo de menos, importaba más el triunfo inesperado del este sobre el oeste, que llegó precisamente en el primer partido que enfrentaba a ambas selecciones desde que existían por separado (más de 20 años) y en el escenario de mayor proyección posible.
Aquello sería, no obstante, un mero espejismo simbólico en el devenir del torneo en sí. La RDA quedó encuadrada en un grupo de segunda fase que no pasó, inferior como era a equipos como Brasil, los Países Bajos y Argentina. Sin embargo, tampoco quedó última, gracias al empate en la última jornada ante la albiceleste. La RFA, como todos sabemos, terminó ganando aquel Mundial ante la Naranja Mecánica, aquel equipo histórico de los Países Bajos que posiblemente sea, con permiso de la Hungría de 1954, el mejor subcampeón de la historia de los mundiales.
Para la posteridad pasó el nombre de Jürgen Sparwasser, el goleador de Hamburgo, campeón -como Hoffmann- de la Recopa con el Magdeburgo. El uso de aquel gol con fines políticos fue inevitable. El gobierno germano oriental lo convirtió en un símbolo. Aquello no hacía sentir muy cómodo al jugador, quien en lo público prefería vivir ajeno a asuntos que no fueran los futbolísticos. Desarrolló toda su carrera en el Magdeburgo, retirándose en 1979. Llegó a correr el rumor de que el gobierno le había premiado con una casa y un coche por su famoso gol. Él siempre lo negó, llegando a afirmar años después que “aquel gol me trajo más tristezas que alegrías”. Cosas de la vida, en 1988, aprovechando la disputa de un partido de veteranos en la RFA, decidió desertar y quedarse a vivir en occidente.
Interesante crónica y comentarios de uno de los muchos resultados imprevistos que se dan en el fútbol para enriquecerlo y en este caso,su utilización para fines ajenos al deporte,lo que igualmente también ocurre frecuentemente.
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