En categorías inferiores, ganar o perder es una cuestión delicada. Pero una cosa está muy por encima de la victoria o la derrota, la formación. El entrenador es el encargado de ella en los entrenamientos y partidos, es el espejo dónde se mira el joven jugador. En las categorías base, se debe valorar a todos los jugadores y todos deben jugar en los partidos. Mientras tanto en los entrenamientos los entrenadores deben interesarse por la progresión de los jugadores y los valores que podemos inculcar a los niños.
Cuando un niño llega enfadado a casa después de perder un partido sus padres también juegan un importante papel. Deben tranquilizarle diciéndole que lo importante es jugar y disfrutar, recordándole cualquier aspecto positivo de la competición, aunque a veces sea complicado llevarlo a la práctica. Debemos intentar quitarle relevancia a un resultado, a un partido y a la clasificación.
El hecho de que el niño se enfade cuando pierde es una reacción normal. A nadie le gusta perder, y menos a un niño, ellos lo viven como un fracaso. El discurso familiar de que no pasa nada por perder, que lo importante es participar, no tiene sentido si, cuando estamos viendo a nuestro equipo y va perdiendo, comenzamos a insultar al equipo contrario o al árbitro. El niño se sentirá confundido. Los padres deben ser consecuentes entre lo que dicen y lo que hacen, asumiendo la derrota y midiendo los impulsos.
Al terminar cada entrenamiento o partido es importante enseñar a los niños a reconocer el mérito de aquel que se esfuerza y mejora día a día, no solo del que gana. Por ejemplo, se gane o se pierda hay que felicitar al adversario. Tienen que aprender que la derrota es síntoma de tristeza y decepción, pero no se debe permitir actitudes “fuera de lugar”, como el maltrato al material o los insultos.
Después de una derrota, es preferible esperar a que el niño se calme un poco para hablar del partido. Tras la desilusión es más difícil conversar, se hará más adelante, ayudándole a analizar el juego, haciéndole ver las acciones negativas, para mejorarlas, y las positivas para reforzarlas.

No se nos debe olvidar que, en ocasiones, no siempre todo saldrá bien. Tenemos que enseñar a los niños que lo importante es participar, prepararse y esforzarse en dar lo mejor de sí mismo. Los errores son mucho más visibles en el fracaso que en la victoria, muchas veces el éxito nos ciega y no nos permite realizar un análisis claro y objetivo.
Existen entrenadores que creen que porque han ganado han hecho las cosas bien y no hay errores. Seguramente que si uno juega bien tiene más opciones de ganar, pero aún ganando siempre hay cosas que corregir.
Si el niño aprende a perder, su autoestima se refuerza. El que sabe perder no ve la derrota como una falta de talento o de valía personal, lo ve como algo normal que ocurre en ocasiones. Saber perder es comprender la competición, jugar con deportividad, sin miedo, es interpretar el valor de superación y de esfuerzo, que depende de uno mismo.
Cualquier partido de fútbol tiene como objetivo final la victoria. No podemos empezar nunca a jugar pensando que vamos a perder. Quien no juega a ganar engaña a su equipo, al contrario y a sí mismo. No te rindas ante adversarios más fuertes, ni tampoco cedas ante los débiles. No seríamos justos con el rival sino ponemos todo de nuestra parte para intentar ganar el partido.
A veces ganamos y otras veces perdemos, pero si perdemos debemos aprender a hacerlo sin excusas, sin culpar a nadie de nuestra derrota, felicitando a los ganadores. Intentaremos hacerlo mejor la próxima vez.
Aunque aprendamos a que el resultado nos sea indiferente no nos hará ganadores, pero si nos librará un poco de la desilusión de la derrota. Lloramos cuando perdemos, cuando pensamos que no hemos conseguido lo que se esperaba de nosotros, pero piensa que siempre habremos hecho algo bien y que siempre habrá algo por lo que alegrarse.